El 7 de mayo de 2014 el empresario José Luis Vázquez Escarpa llegó a su cita con la muerte en el polígono San Gil de Illescas (Toledo) a las 10.08 minutos de la mañana. Allí lo esperaba el ultrasur Óscar del Pino y uno de sus hombres, Óscar López Quintas, vestidos con monos de trabajo y gorras. Nada más llegar lo golpearon, lo metieron en una furgoneta Ducato y lo trasladaron al norte de Illescas. Alberto del Val, mano derecha del jefe de la banda, y Mario Belvis, que le hacía de chófer y chico para todo, esperaban cerca en un Audi, alquilado con documentos falsos y al que cambiaron las matrículas.
José Luis Vázquez sobrevivió el tiempo justo para hacer las llamadas en las que consiguió el dinero que le pedían sus secuestradores: 80.000 euros. Su padre los llevó a la empresa RGH, de la que era cliente habitual, en el polígono Los Ángeles de Getafe. La contable, amiga de la banda, les proporcionó los datos necesarios para el secuestro. A las 13.42 minutos, Mario Belvis recogió el dinero del rescate. La Guardia Civil no cree que tardaran mucho más en matarlo.
Tres años de búsqueda
«Decidieron poner fin a su vida sin que conste el mecanismo concreto para conseguirlo, haciendo desaparecer su cadáver en un lugar aún desconocido». Son palabras del auto de procesamiento dictado a principios de este año contra Del Pino y siete personas más, al que tuvo acceso ABC. Para entonces, los cuatro miembros de la banda de matones llevaban casi un año y medio en prisión. Desde el 7 de mayo de 2014, antes, durante y después de la detención del grupo, la Sección de Homicidios, Secuestros y Extorsiones de la UCO busca el cuerpo de la víctima. Sin resultado.
Los investigadores creyeron que esta vez sería posible. A finales de agosto, los abogados de la defensa y la acusación llegaron a un acuerdo con la jueza instructora y la Fiscalía, según ha podido saber ABC en fuentes jurídicas. El pacto consistió en que el sanguinario Óscar del Pino, con un historial de antecedentes que van desde los robos al homicidio pasando por amenazas y extorsiones, asumía el secuestro y asesinato de José Luis Vázquez y revelaba dónde estaba el cuerpo a cambio de una sustancial rebaja de condena, que se le quedaría en solo ocho años (por debajo incluso de la pena mínima por homicidio).
Sus tres compinches, también ingresados en la prisión de Estremera, aceptaron el secuestro en sede judicial. Se había logrado la confesión de una banda al completo. Todos se comprometieron a ingresar en la cuenta del juzgado de Illescas los 80.000 euros que entregó el padre de la víctima.
Del Pino contó que había arrojado el cadáver al río Tajo a su paso por una zona de Illescas el mismo día del secuestro y que solo él y su hombre de confianza, Alberto del Val, conocían el lugar exacto. «Le dije que allí había tirado unos papeles importantes», contó. En sede judicial relató una versión que los investigadores no creen. José Luis se abalanzó hacia él e intentó quitarle la pistola; Del Pino le pegó un tiro para defenderse y luego lo llevó solo al Tajo. «Ni siquiera sabe conducir, siempre llamaba a Mario para que lo llevara y trajera», argumentan fuentes de la investigación. El sumario, al que ha tenido acceso ABC, recoge esos traslados con «chófer». Es casi imposible que el jefe condujera el cuerpo sin ayuda.
Lo ató con una cadena
Fuera del juzgado, explicó que tras matar al empresario lo envolvió en una manta, lo ató con una cadena y le colocó una pesa de unos Lo ató con una cadena
Fuera del juzgado, explicó que tras matar al empresario lo envolvió en una manta, lo ató con una cadena y le colocó una pesa de unos veinte kilos. Esta versión parece la más probable. José Luis pesaba más de ochenta kilos, por lo que esa pesa lastró el cadáver solo momentáneamente. Desde entonces han transcurrido más de tres años.
Las dos últimas semanas, agentes del Grupo de Actividades Subacuáticas de la Guardia Civil han rastreado la zona del Tajo señalada sin hallar ni rastro. Del Pino y Del Val aportaron un croquis que se ha revelado inútil. Ambos han sido excarcelados en varias ocasiones para la búsqueda, según pudo confirmar ABC. El viernes se puso fin al rastreo. «Si no hay cuerpo, no hay pacto», concluyen las fuentes consultadas. «Era parte del acuerdo». No hay pacto, pero sí confesión, grabada en el Juzgado por los cuatro acusados, reconociendo los hechos: todos el secuestro del empresario y el cabecilla, además, la muerte.
La importancia de esta confesión es fundamental, dado que la Guardia Civil no alberga esperanzas ya de encontrar el cadáver. «Es el Tajo y ha pasado demasiado tiempo», recuerdan. Más de tres años en los que la UCO se ha enfrentado a una de las bandas más sanguinarias que se recuerdan.
Los investigadores llegaron a grabar varias conversaciones entre Del Pino y Belvis en las que revelan su sadismo. Había pasado año y medio desde que capturaron a Esparza (le llaman el figura con total desprecio) y planeaban matar a otras víctimas y hacerlas desaparecer también. Ya habían elegido a un empresario madrileño, un expiloto, al que vigilaron y siguieron. Del Pino contaba a su compañero que le darían un golpe, lo meterían en una furgoneta, lo llevarían a una casa aislada y desde allí pedirían un rescate. Después «lo asesinaremos, descuartizaremos y haremos desaparecer los restos disolviéndolos con ácido sulfúrico en una bañera o enterrándolos en sosa caústica». Se creía que a Escarpa le habían hecho lo mismo.
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