Italia es, desde que fue liberada por los partisanos, una república. Hasta entonces, mezclados con un poquito de fascismo, estaban los Saboya. Pero olvidémosles: si existe una familia real no oficial bajo los Alpes esa es la de los Agnelli.
Con sede como los Saboya en Turín, los Agnelli han moldeado económicamente Italia desde la fundación de la FIAT en 1899. En 1923 se produciría un hito en las historias cruzadas del capitalismo y del fútbol europeo: la familia entraba en la Juventus.
Entonces el capo era Edoardo Agnelli, abuelo de Andrea Agnelli, actual presidente de la Juve... y que ahora mismo acaba de ser inhabilitado por un año por haber vendido entradas a grupos ultras que a su vez estarían relacionados con la mafia.
El escándalo es tal que incluso La Stampa, el diario más leído en Turín -donde si la Juve no es un Ministerio de Cultura local es porque hay otro club, el Torino, de raíces mucho más populares-, ha sido duro. "Imagen infeliz del sistema italiano" lo ha llamado. Agnelli debe pagar además una multa de 20.000 euros, mientras el club afronta una sanción de 300.000.
La Juventus ha negado formalmente los vínculos con la 'Ndrangheta, la mafia calabresa para la que se le acusa de proporcionar entradas indirectamente a través de ultras bianconeri entre 2011 y 2016. En Italia la noticia ha caído como una bomba al tratarse precisamente, como nos recuerda el sociólogo y periodista Pippo Russo, de "la más rica y peligrosa de todas las mafias italianas en este mismo momento". Al olor de los negocios, el largo camino entre Calabria y el Piamonte -las dos Italias- se hace mucho más corto.
"La Juventus ha violado las leyes de la Federación Italiana de Fútbol porque ha tenido contactos con los ultras y por haber favorecido la reventa. El asunto estaba en si Andrea Agnelli conocia los vínculos con la mafia de esos personajes", dice Russo. Andrea Agnelli lo niega. Sin embargo a la condena se le une una imagen ya manchada en mayo cuando tuvo que declarar como imputado ante la Comisión Parlamentaria Antimafia.
Y todo con un suicidio bastante turbio por el camino.
El Viaducto Soleri, a las afueras de la ciudad piamontesa de Cuneo, no es un lugar original para quitarse la vida. Su pretil de casi 50 metros de altura es conocido por ser el último suelo que pisan - ya en 1985 la prensa contaba 145- cientos de suicidas. El verano pasado se sumó al club Raffaello Bucci. Su coche seguía con las llaves puestas y el motor en marcha, no lejos de donde también se mató Edoardo Agnelli, primo del presidente Andrea.
A Bucci le conocían como 'Ciccio' en la curva de la Juventus, donde llevaba un año trabajando oficialmente como enlace entre la grada y los despachos del club turinés. A la vez, 'Ciccio' era desde hace cinco años un informador, un infiltrado, de los servicios secretos entre los ultras bianconeri. Denunciar la presencia de la 'Ndrangheta en el estadio de la Juve fue una de las últimas cosas que hizo en vida. "Soy hombre muerto", se le oía poco después en las escuchas de la policía.
'Ciccio' ni siquiera era piamontés, sino del sur. Había nacido en la región de Puglia y había emigrado en los 90 al norte para vivir más desahogado. Encontró la solución en el negocio de la reventa bajo el paraguas de los Drughi, el grupo ultra más numeroso de la Juve entre el 88 y el 96. También el más violento: nacidos como escisión del setentero Gruppo Storico Fighters, la inspiración estética en los drugos de La Naranja Mecánica completaba su ideología de extrema derecha.
El historial de los Drughi no debería ser motivo de orgullo para ningún hincha juventino. Uno de los episodios más delirantes se dio cuando la viuda del capitán y leyenda Gaetano Scirea criticó los cánticos racistas de la grada bianconera y estos le instaron a renunciar al apellido del jugador. "La Juve somos nosotros", gritaron a quien quisiera escuchar.
Bajo la maraña de banderas italianas -los de la Juve son de los ultras más nacionalistas del país- del estadio de la Juve hay una mezcla de guerra y giallo, un thriller a la italiana. Durante años, el líder de Drughi, Geraldo Mocciola, convicto por el asesinato de un policía, consiguió la hegemonía de la curva obligando incluso a cambiar de nombre a los Fighters para que no usaran uno en inglés, idioma ligado por ellos a los hechos de Heysel, cuando en 1985 39 italianos murieron aplastados antes de la final de Copa de Europa Juve-Liverpool. Con Drughi enemistados con Bravi Ragazzi, Viking y Tradizione Bianconera, habrían comenzado los contactos de unos y otros con las mafias calabresas.
La mudanza al flamante Juventus Stadium hizo el resto. Rocco Dominello, ligado a la 'Ndrangheta, se hizo cargo del agradecido negocio de la reventa camuflada a través de una nueva sección de aficionados, los Gobbi. Los encuentros entre Dominello y Agnelli han quedado probados. En la operación todos parecen ganan: los ultras se benefician de los exagerados sobreprecios con que revenden entradas facilitadas por el club, y este, la Juve, no solo gana parte de los miles de euros que retornan. También, y más importante, la logística de la mafia serviría para mantener el orden en la grada radical, donde cualquier bengala o cántico racista puede acabar en una sanción y una mancha para el club símbolo del capitalismo italiano.
La vieja dama, la Vecchia Signora, sigue dispuesta a todo por mantener su status. Deportivamente, tiraniza la Serie A con los 6 últimos scudetti seguidos, orgullosa de sus 300 millones de seguidores en todo el mundo.
Dicen, quienes no soportan sus juegos de poder, que sus detractores son todo el resto.
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