Más conocidos como Stoitchkov, Ibrahimovic, o Quaresma; Más sorprendentes como Andrea Pirlo, de la etnia sinti el mismo Eric Cantona, etnia manouche; Cercanos como Arzu, Jesús Navas, Apoño o Rafael Van der Vaart o incluso iconos de la identidad nacional como Zarra, del que se resalta su apellido Zarraonandía y se ocultan sus otros dos: Montoya y Salazar.
Todos son gitanos.
Si en la primera parte de un informativo la coletilla "de étnica gitana" suele formar parte de offs sobre reyertas o robos, una vez que empiezan los deportes, desaparece. Los goles de Ibrahimovic son de un jugador sueco de origen balcánico o, por ejemplo, la panenka de Pirlo es para Intereconomía "la clase brutal de Andrea Pirlo".
La imagen mental que se hace de los gitanos tiene más que ver con chatarra, flamenco, robos, o peleas de clanes, que con éxito deportivo. Se anulan sistemáticamente todos los inputs positivos que puedan mejorar esa imagen, y así se les condena.
El 6 de octubre de 2009, The New York Times dedicó un artículo a Jesús Navas. Lo tituló A Free Spirit merits a look at World Cup, algo así como "Un espíritu libre que merece atención en el Mundial". Se explica la libertad en su manera de jugar por su origen gitano, pero también sus problemas de adaptación y su miedo a abandonar a su familia.
En ese artículo, se cita a J. A. Muñoz, un responsable de la Unión Romaní que publicó un artículo titulado Los gitanos y fútbol y que llama la atención sobre algo.
"Lo más curioso es que la mayoría de los ultras no saben que muchos de sus jugadores más admirados son gitanos".
Seguramente ningún ultra racista del mundo diría no a contar en su equipo con Falcao por panchito, o con Drogba por negro y eso hace que poco a poco, la imagen del sudamericano o del africano, tenga modelos positivos.
En el caso de los gitanos... Solo silencio.
El fútbol es el deporte en el que más gitanos han alcanzado la élite, pero no el único en el que han protagonizado grandes historias. La del boxeador Rukelei es quizá una de las más impactantes y desconocidas de la historia del deporte, a este púgil, se le conoce como "El gitano que ridiculizó al Tercer Reich".
A Johann Trollman, todos lo conocían como Rukelei. Era un boxeador gitano que en 1932 luchó por el título nacional de boxeo en Alemania. La prensa oficial de la Alemania Nazi lo definía con dureza: "Muy afeminado", "Con una técnica que no tiene nada que ver con el boxeo ario".
Se enfrentaba a Adolf Witt y tenía que perder.
Sin embargo, tras seis asaltos, el "afeminado" juego de piernas de Rukelei había destrozado la defensa aria de Witt. Los jueces, ante la sorpresa de todos, pararon el combate y decidieron que el resultado era empate.
El público no opinó lo mismo y exigió que se reconociera a Rukelei. Los jueces, seguramente presas del miedo a la masa, accedieron. Rukelei, el boxeador gitano, recibió el título y lloró de emoción.
Poco después, las autoridades nazis le despojaron del cinturón por aquellas lágrimas. "Pobre comportamiento al llorar en el ring" fue la razón argumentada en el comunicado oficial.
La popularidad de Rukelei creció y las autoridades decidieron cortarla.
Dos meses después de despojarle del título le obligaron a participar en otro combate en el que le prohibieron utilizar su característico juego de piernas ante la amenaza de perder su licencia de púgil.
El combate llegó, y Rukelei apareció ante la mirada atónita de todos con el pelo teñido de rubio y con todo el cuerpo lleno de harina. Se situó en el centro del ring y estuvo encajando golpes sin moverse hasta que no pudo más y cayó ensangrentado.
Su carrera prácticamente acabó ahí. Poco después fue esterilizado y enviado al campo de Neuengamme donde murió. Su historia no, y en diciembre de 2003, la Federación Alemana de Boxeo devolvió postmortem el título a Rukeili.
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