Existe una evidente continuidad entre el juego y el deporte, ya que tienen muchos elementos en común. Pero, ¿cómo hemos llegado a esta situación en la que millones de personas están pendientes de su equipo? O lo peor, ¿por qué hinchas de Europa se enfrentan entre sí llegando a matarse?
El origen y difusión mundial de los deportes de equipo, como son el baloncesto o el fútbol, sucedió a mediados del siglo XIX para sustituir las cacerías. Otras posibilidad compatible con la anterior es que los deportes han servido para entrenar y evaluar al enemigo en épocas de paz o durante las treguas. No es algo nuevo. Hay constancia de que los juegos olímpicos originales de Grecia cumplían esta misma función. Pero detrás de estas propuestas existen dos objetivos comunes: canalizar algunos de nuestros impulsos más ancestrales y la creación de normas para que ninguna de las partes acabe muerta o herida de gravedad.
El sociólogo alemán Norbert Elias definió los deportes como prácticas corporales competitivas, inventadas por los británicos con el fin de reconfigurar los juegos, las peleas y otras prácticas locales vistas por los hombres de la época victoriana como bárbaras, como por ejemplo el boxeo. Este deporte se practicó sin guantes, a puño limpio, hasta el año 1867, momento en el que se introducen varias reglas con el fin de evitar lesiones graves y muertes, algo frecuente hasta entonces.
Pero el espíritu de arbitraje, de juego limpio a pesar de la rivalidad, creado para reducir la violencia mediante reglas que imponen límites se traiciona cuando las peleas que se evitan sobre el césped se trasladan a las calles, como está ocurriendo en varias ciudades de Francia durante la celebración de la actual Eurocopa de fútbol.
Pero, ¿por qué se producen estos actos violentos fuera de la arena de juego? La sociedad se ha ido haciendo más compleja y hemos añadido significados a las competiciones que no tienen nada que ver con la práctica del deporte en sí.
Los anhelos de algunos movimientos independentistas, grupos ultra-nacionalistas e incluso reivindicaciones históricas se imponen en los partidos y son su escenario ideal. Estos grupos encuentran en ellos la posibilidad de venganza y aniquilación del "enemigo". Los rivales no son personas sino cosas. Símbolos y representantes de lo que odian. Se trata de un proceso de deshumanización previo y necesario para ser capaz de asesinar a otro ser humano.
Como ocurría en Grecia, los equipos de fútbol nos representan ante otras "tribus". Son nuestra élite guerrera. Una selección de los mejores hombres, los cuales enviamos a la competición entre naciones o ciudades. Nuestra necesidad bipolar como especie, tanto de unión como de enfrentamiento, queda satisfecha en estos encuentros.
La mayoría nos conformamos con el sofá y un par de frases xenófobas irracionales que no osaríamos a hacer públicas. Pero estos aficionados ultras van más allá y también aprovechan los partidos para dirimir y vengarse de odios históricos, como es el caso de los ingleses y los rusos, por poner solo un ejemplo.
Desde el punto de vista psicológico, la personalidad de estos individuos les impide cualquier tipo de análisis racional y hallan en la violencia de grupo una salida a su frustración, ya que suelen ser personas con problemas de integración y vidas vacías. En el seno de estos grupos desarrollan su identidad porque pueden ser alguien, a diferencia de lo que les ocurre en su vida diaria. Son temidos, respetados u odiados, lo que les permite sentirse importantes por una vez en su vida. De esta manera dotan de sentido y significado su miserable existencia.
En conclusión, cuanto más veo para qué usan el fútbol algunos hinchas enfermos, más ganas me dan de hacer como Charles Darwin. Cada vez que era invitado por los niños para jugar al fútbol, él prefería ir a explorar por su cuenta al bosque.
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