La Eurocopa de los disturbios admite multitud de matices. En apenas diez días de competición las calles de Francia han contemplado batallas entre ingleses y rusos, polacos y norirlandeses, alemanes y ucranianos. Tras ellas subyacen tensiones históricas, cuentas pendientes y alcohol a espuertas. El martes, en el camino de España, se cruza un elemento nuevo: una guerra civil declarada hace años entre los ultras de los principales equipos croatas y su propia Federación.Los radicales balcánicos han avisado.
Los altercados que obligaron a detener el encuentro ante la República Checa el viernes no fueron un hecho aislado y, si las fuerzas de seguridad no logran impedirlo, se repetirán en Burdeos. «Hay información importante y la compartiremos con las policías croata y francesa», admitió ayer el responsable de seguridad de la federación, Miroslav Markovic, después de que los hooligans acudieran a las redes sociales para hacer públicas sus intenciones.
«Aquí está el nuevo plan», anunció en la mañana del sábado la cuenta de Facebook de la Torcida Split 1950, el grupo ultra del Hajduk, uno de los más numerosos, longevos y violentos del continente. La publicación acompañaba a un plano del estadio en el que se disputará el partido frente a España, donde se señalan las rutas de acceso al campo y al palco de autoridades. También la distribución de los radicales en la instalación, con todo detalle: Torcida Split y Armada Rijeka, fondo sur; ultras del Dinamo y del Cibalija, fondo norte.
El anuncio guarda otra amenaza: «Ésta vez habrá ayuda de U.V», unas siglas que corresponden al grupo Uvijek Vjerni (Siempre fieles), asociado únicamente a la selección y sin adscripción a ningún club.Sorprende la ensalada de siglas, compuesta por un revuelto de grupos que durante once meses al año se juran un odio visceral, pero se juntan en Francia para tratar de herir a la Federación en el escaparate más mediático. No es otro su objetivo: dañar al equipo, forzar sanciones y provocar la dimisión de los máximos dirigentes del fútbol croata,
Davor Suker y Zdravko Mamic, vicepresidente de la Federación, presidente del Dinamo desde 2003 hasta 2016 y eje central de esta guerra intestina.No le faltan argumentos: en 2013 fue detenido por atacar verbalmente al ministro de deportes en un programa de radio, en 2015 lo arrestaron junto a su hijo, acusados de haberse apropiado de 17 millones en traspasos irregulares, y está investigado junto a su hermano Zoran por corrupción y crimen organizado.
Pero hay más: después de que los ultras de su club comenzasen a posicionarse en su contra, impulsó controles más férreos contra los radicales, registros, listas negras y llegó a prohibir la entrada de los ultras de la Torcida en un derbi ante el Dinamo, que los jugadores del Hajduk se negaron a disputar en solidaridad con su afición. Fueron recibidos como héroes en su regreso a Split.
Desde entonces no ha habido tregua y en esa guerra se enmarcan los incidentes del viernes y otros como la esvástica que la Torcida dibujó en el césped en un partido de clasificación frente a Italia. Aquel incidente le costó a Croacia un punto, dos partidos a puerta cerrada y podría agravar la sanción que imponga este lunes la Comisión de Control, Ética y Disciplina de la UEFA.
Demasiado ya para el país, harto de los métodos de los hooligans para lograr un objetivo que, en general, se comparte. El sábado, desde Split, fuentes conocedoras de la situación transmitían: «La gente está furiosa con los ultras, buscando sus nombres. Entendemos su enfado porque la mafia esté en el poder, pero ésta no es la manera de cambiarlo».
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