Es arte efímero y pasional. Dura apenas unos segundos. Suele desarrollarse detrás de las porterías y delante de las cabezas de los espectadores más emocionales, allí donde el fútbol se vive mucho más de lo que se ve. Son las creaciones artísticas de las aficiones. Se los conoce como tifos o mosaicos (cuando participa todo el estadio levantando cartulinas) y los seguidores de un equipo los componen para recordar un aniversario, homenajear a alguna leyenda, o demostrar su grandeza en un derbi. Y sobre todo en las noches más importantes, las europeas, las de Champions, en las que casi siempre suele haber uno de ellos. Cómo se producen y quién los diseña es una suerte de misterio, un secreto bien guardado, porque en el tifo también va parte del sentimiento de pertenencia a un grupo. Por eso algunos son incendiados después de ser usados en el estadio. Que caigan en manos de la afición rival sería una humillación de la que costaría reponerse.
Para entender parte del fenómeno hay que mirar Sudamérica, donde comenzaron a organizarse las aficiones a partir de los años cincuenta en grupos de apoyo más o menos radical de los equipos. En 1960 el entrenador argentino Helenio Herrera trajo la idea a Europa cuando llegó al Inter de Milán, aunque ya dos años antes los yugoslavos habían tomado buena nota en la Copa del Mundo de Brasil de cómo funcionaban las aficiones sudamericanas.
Los tifos son el alma de los fondos que animan a los equipos. La primera asociación entre el público como alguien que apoya a los jugadores ocurre en Uruguay, a comienzos del siglo XX, antes de 1905. El primer hincha del mundo fue Prudencio Miguelito Reyes, el Gordo Reyes, que había diseñado un sistema para optimizar el hinchado de los balones, que en ese entonces se hacía con el aire de los pulmones. La leyenda cuenta que Reyes, que se paseaba por los costados del campo de Nacional de Montevideo hinchando cueros, también gritaba por los suyos: “¡Nacional! ¡Nacional!”. La afición uruguaya, en la grada, comenzó a preguntarse quién era aquel señor que se comportaba distinto a los demás y la respuesta era unánime: “Es el hincha”. Comenzaron a imitarlo y así surgió la primera hinchada del mundo.
Ese movimiento organizado fue evolucionando hasta que a finales de la década de los setenta aparecieron las primeras grandes banderas en las gradas de los estadios de Uruguay y de Argentina. Allí las llaman “telones”, enormes telas. ¿Pero de dónde surgen las creaciones de los estadios europeos?
“El primer tifo que recuerdo y que sé que existe es uno del AC Milan en 1984”, recuerda por teléfono un estudioso italiano de los movimientos ultras y de los tifos, que prefiere que su nombre forme parte del misterio. Fue en un Derby della Madonnina ante el Inter y la enorme tela, que cubría la mitad del fondo donde se ubicaba la Fossa dei Leoni (el principal grupo ultra del Milan), leía: “Forza vecchio cuore rossonero” (Fuerza viejo corazón rojinegro).
Las creaciones fueron evolucionando y San Siro se convirtió en una de las principales referencias de tifos en Europa y en el mundo, con coreografías que mezclan dibujos gigantes, cartulinas y banderas de colores. “Un tifo ilustra la identidad local y las tradiciones de una ciudad. Es un recordatorio para que los jugadores sepan qué es lo que representan para la comunidad”, explica. Muchos de los tifos de San Siro incluían a la serpiente o a la cruz genovesa que eran símbolos del Castello Sforzeco, el fuerte de Milán. Como en todo derbi, la pugna se da para ver a quién pertenece la ciudad. El último del Atlético ante el Real Madrid en el Wanda Metropolitano es más evidente: “Madrid, castiza y rojiblanca”.
De Italia también surge el nombre de estas creaciones. Entre 1920 y 1940, la epidemia de tifus, potenciada por la Segunda Guerra Mundial, fue uno de los principales problemas sanitarios del continente. Uno de sus síntomas: el brote emocional. De allí, impulsado por la prensa, surge el término italiano tifosi en las décadas siguientes, que significa hinchas. Una pasión contagiosa que alcanza con el tifo su máxima expresión.
El Mundial de 1990 en Italia globalizó lo que había empezado en la curva de la Fossa dei Leoni años atrás. Un hombre de Turín, Massimo Leo, vio allí una oportunidad y montó una empresa llamada TIFO para proveer de materiales a todos los grupos que quisieran hacer algo parecido. Trabajó para las aficiones del Barcelona, del Atlético o del Borussia Dortmund, todas famosas por sus creaciones en la grada. La experiencia y el paso del tiempo hicieron que los alumnos superaran al maestro. “Se han vuelto mejores que nosotros”, dice Leo.
Durante mucho tiempo, homenajeando el espíritu misterioso que rodea todo este asunto, Leo fue el Banksy de los tifos. Nadie conocía su cara: “No podía dejarme ver en una terraza con una afición y al otro día diseñar las banderas de la otra”, explica. Tampoco permitía (ni permite) que alguien visitara su taller. “Quisieron copiarme y ahora ya no confío en nadie”, sostiene Leo. “Intentamos impulsar la competición física, pero desde el plano artístico para huir de la violencia”, concluye.
¿Quién crea entonces los tifos hoy? Según el experto en los grupos ultras (“En España esa palabra es tabú”), los fondos de un estadio son “una mezcla que representa a toda la ciudad”. “Allí encontrarás punks, jóvenes diseñadores, ingenieros, viejos fascistas… hay de todo”, apunta. “¡No tiene que sorprendernos que una hinchada pueda organizar un tifo!”. Hay incluso aficiones que tienen reglas especiales sobre cómo tienen que ser confeccionados. La del Ajax, por ejemplo, exige que todos sean pintados a mano para reflejar el movimiento artístico de Ámsterdam. En España, uno de los grupos pioneros fue la Peña Almogàvers, encargada de la mayoría de los grandes mosaicos del FC Barcelona. El primero, según cuenta uno de sus miembros en Panenka, fue el 7 de marzo de 1992 en un Clásico contra el Real Madrid.
“La mayoría de los clubes no interviene en la organización de los tifos. Algunos ayudan económicamente, sobre todo si se trata de un mosaico en el que participa todo el estadio”, explica el experto. Los equipos tienen una figura que la UEFA conoce como supporter officer (oficial de animación) y que hace de nexo entre la hinchada y las autoridades. “Bajo el artículo 35 del Reglamento de Licencias de Clubes de la UEFA y el Juego Limpio Financiero, los clubes de toda Europa están obligados a designar un aficionado oficial de enlace (SLO) para garantizar así un discurso adecuado y constructivo con sus aficionados”, puede leerse en el sitio de la entidad que rige al fútbol europeo.
“En Alemania y en los países del norte de Europa suele ser un exmiembro del fondo”, relata. Antes de cada partido, los mensajes suelen enseñarse a la policía para recibir aprobación. “De todas formas, una afición no va a crear una coreografía que la policía no va a aceptar. Ya lo saben y no van a gastar en vano, por eso los mensajes polémicos los escriben en papel. Ahora los clubes son multinacionales”, asegura.
Hoy, los grandes tifos, identificados con las noches de Champions, cobran máxima difusión gracias al auge de las redes sociales. La imitación de una carta a la UEFA por parte de la afición del Copenhague en Dinamarca, hasta un Oliver Atom creado por los seguidores del PSG, el “Lealtad y Esencia” del Atlético en los últimos octavos de final frente a la Juventus, la Orejona formada por toda la Südtribune en el estadio del Dortmund antes del encuentro contra el Tottenham, un barco pirata que ‘navegaba’ por el fondo del Etihad Stadium del Manchester City. Las gradas europeas se llenan cada vez más de colores e ingenio. Con Instagram, Facebook y Twitter dan la vuelta al mundo.
“Ningún artista logra que tanta gente vea su obra a la vez”
Si el fenómeno comenzó en Sudamérica, ahora son los artistas de allí los que sueñan con poder exponer alguna vez su obra en los estadios más importantes del mundo. Argentina es uno de las principales fábricas de tifos del mundo.
En 1994, Pepe Perretta hizo un curso de aerografía para poder pintar su moto y su casco. La falta de trabajo lo llevó a pintar cualquier cosa: banderitas de fin de curso o de política, persianas de verdulería, kioscos, murales… Hace doce años, una propuesta de la afición de Boca lo convenció para pintar su primera bandera grande, de 20 metros por 20 metros. Ya lleva hechas 87. “Somos artistas populares, nuestras salas de arte son las vallas del campo y las tribunas”, dice Perretta. “Y son las mejores salas que podemos tener, porque ningún artista puede lograr que tanta gente lo vea al mismo tiempo”, afirma.
La oposición de su padre italiano no impidió que formara un taller en Buenos Aires que llegó a contar con 11 trabajadores. “Como artista del fútbol, mis sueños no difieren con los de un jugador”, cuenta. “Primero cualquier club, luego el equipo de tus amores, después la selección… ¡y ahora estoy llegando a Europa!”, analiza Perretta. Su trabajo es admirado por distintas aficiones europeas que ya están consultándole para futuras obras: PSG, Juventus, Fiorentina, Sporting de Lisboa, Atlético de Madrid… “Como artista sueño con estar en las mejores salas, pero en mi vida me imagine que por el arte iba a poder cruzar fronteras”.
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