Cuando lo admite se encoge de hombros como si estuviera hablando de comprar zapatos y no de robar. Es bajito y delgado, por lo que parece menor de los 20 años que dice que tiene. Pero hay algo en sus ojos que lo hace ver mayor. Tiene una mirada como de cazador experto.
Por eso no parece mentira lo que dice: que roba con un puñal a la salida del estadio cada que puede. Que si necesita dinero busca una víctima y le quita el celular o el Ipod. Prefiere hombres, así no tiene que huir con bolsos de mujer.
No importa que cerca haya un policía, que pueda detenerlo. Parece tener la sangre fría de un reptil.
Dice que no es barrista pero lleva puesta una camiseta roja del América y de la mano le cuelga una bandera que luego no podrá entrar al estadio.
Se despide rápido porque en minutos va a empezar el juego. “Hoy (viernes) no vengo a nada sino a ver a la ‘mechita’, hay mucho tombo (policía) y no me voy a boletear”.
Los vecinos del Estadio Pascual Guerrero dicen que esa historia es la de todos los días. Mejor, de todos los partidos. En días en los que juega el Cali o el América hay quienes se tienen que esconder en sus casas como si fueran capos del narcotráfico, buscados por la Policía.
Lo tienen que hacer por lo que pasó, por ejemplo, el 2 de diciembre pasado: hubo disturbios al final del partido del América contra el Alianza Petrolera. El saldo: ocho heridos, doce detenidos, 20 casas atacadas con piedras, hasta una ambulancia fue presa de vándalos. Solo ese día se incautaron 85 armas cortopunzantes y dos armas de fuego.
Esta problemática de crímenes en medio del deporte ha sido identificada por la Alcaldía. El secretario de Gobierno Municipal, Carlos José Holguín, afirmó que “hemos encontrado delincuentes que se camuflan en medio de las ‘barras bravas’, le piden plata a la gente, no entran al estadio, se quedan consumiendo droga o cometiendo algún ilícito o terminan peleando entre ellos”.
Sí y no
El patrullero no da su nombre real. Trabaja en el estadio y conoce de cerca las barras y su realidad. Dice que es iluso creer que no hay delincuentes entre las filas de quienes se organizan para animar al equipo de sus amores.
Explica que solo en la tribuna sur del estadio caben 6.000 personas y que es imposible controlar el ingreso de armas, drogas y de personas con intereses criminales.
El uniformado dice que el escenario antes o después de un partido de fútbol es perfecto para delinquir: hay una masa de gente que, muchas veces, supera a los policías (1.500 en partidos relevantes), hay confusión, desorden.
Y el uso de sustancias ilícitas aumenta el problema. Cuenta que hace poco decomisó quince cigarrillos de marihuana que una chica escondía en sus genitales y que ingresó al estadio. Los llevaba anudados en un preservativo.
Una fuente judicial admite que en el estadio hay enormes huecos en la seguridad. Los recursos tecnológicos son escasos. Por ejemplo, hacen falta medidores biométricos para lograr la identificación de las personas a través de sus huellas. La fuente sostiene que eso impide verificar si quienes ingresan tienen antecedentes judiciales. Es decir, nadie sabe quién entra al estadio y el control es casi nulo.
Según Johnny Ortiz, vocero oficial del Barón Rojo, el problema de la delincuencia es ajeno a las barras. Él explica que en Cali hay 3.000 barristas oficiales de Barón Rojo, de los cuales al menos 1.000 van regularmente al estadio a apoyar a su equipo.
Ortiz dice que hay al menos otras mil personas que no ingresan a los partidos y que son los que provocan disturbios y roban a transeúntes.
Todo puede empeorar
Le dicen ‘Guti’ y admite que miembros de bandas criminales lo han contactado para realizar ‘trabajos’. Dice que hace menos de un año, aproximadamente, hay una puja entre miembros de los ‘Rastrojos’ y los ‘Urabeños’ para controlar el negocio del microtráfico, que según las autoridades puede superar los $7.000 millones al mes solo en Cali.
‘Guti’ dice que a través de hinchas de los equipos, especialmente en los barrios Mariano Ramos y Antonio Nariño, se busca reclutar a miembros para estas bandas. La idea es ser los principales proveedores de drogas.
Reconoce, sin embargo, que el dinero que pueden dejar las ventas de narcóticos en el estadio no es demasiado, por lo que el objetivo real es controlar las líneas de distribución en los barrios y que parte de la estrategia para lograrlo es a través de hinchas.
“Empiezan controlando la droga que se lleva al estadio y de allí empiezan a controlar el barrio”, explica. ‘Guti’ añade que dentro de las barras hay dos vertientes que tienen opiniones opuestas con respecto a hacer parte de bandas criminales. Hay una cívica, que rechaza completamente ese tipo de presiones y otra que está dispuesta a usar la fachada del barrismo para hacer dinero.
Un antiguo asesor de la Alcaldía en temas de barras bravas comenta que conoce de esta problemática y que todo puede empeorar. Dice tener miedo de que más temprano que tarde las barras se salgan de control y que se formen verdaderas bandas de delincuentes organizados. Y con lo que ha venido pasando, parece tener razón.
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