El esperpento de las horas previas parecía un augurio de la debacle en De Kuip, un estadio al que no pudieron acceder un centenar de aficionados del Sevilla, la mayoría pertenecientes a la peña radical Biris. Fue una situación más que incómoda que debió ser resuelta casi en la madrugada del viernes por el presidente José Castro y miembros del consulado español en Holanda.
No se puede decir que los hinchas no estuvieran avisados. Sin embargo, pese a las advertencias de la policía holandesa y el propio Feyenoord, pese a la prohibición expresa de las horas previas, decidieron viajar a Bruselas. Les habían avisado de que los ultras locales estaban descontrolados y nadie podía garantizar la seguridad. Pero les dio igual.
En realidad, las fuerzas de seguridad sólo permitían el acceso al campo a aquellos aficionados que residieran en Rotterdam. La UEFA, que hace tiempo que ya no se anda con medias tintas, accedió a estas medidas extremas. El partido debía jugarse sin afición visitante. Tuvieran ya compradas las localidades o no.
De modo que la aventura de los Biris terminó en las inmediaciones de De Kuip, donde fueron retenidos por las fuerzas policiales y trasladados a una comisaría. Por si fuera poco el escarmiento, los agentes les exigieron firmar un documento para corroborar su salida de Roterdam. Si no, no les permitían viajar. Con cada firma, el pago de 50 euros.
Al menos, los Biris se ahorraron el triste desempeño de su Sevilla ante un Feyenoord. El club no les había facilitado las entradas, pero ellos las consiguieron a su manera. Luego fueron retenidos por ello y, para colmo, debieron abonar una multa para volver a casa. Tanto calvario como los chicos de Emery sobre la hierba.
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