Comenzaron como bulliciosos aficionados y acabaron como grupo ultra con un amplio catálogo de altercados y desgracias. Siempre hicieron bandera de un supuesto descontrol los Riazor Blues, crecidos a lomos de la rivalidad entre Deportivo y Celta en los ochenta. Fue en 1986 cuando un grupo de chicos aprovechó que el Ayuntamiento coruñés dispuso una flotilla de un centenar de autocares gratuitos para acompañar al equipo a un partido en Oviedo. La experiencia les debió resultar tan gratificante a algunos que decidieron agruparse en adelante para ver los partidos del equipo desde el único fondo que entonces tenía el estadio de Riazor.
Allí crecía desde hacía dos años la peña Barrio Sésamo, un pequeño colectivo que había comenzado a animar con bombos y algún grito de aliento a los jugadores y en el que germinaron los Riazor Blues, escisión que creció mediado 1987 a lomos de la rivalidad entre Deportivo y Celta y un ascenso que se fue de A Coruña hacia Vigo de manera polémica. Hicieron de una cabra revestida con la camiseta blanquiazul su símbolo y se ganaron un cierto predicamento como grupo de animación incluso entre mitos como Arsenio Iglesias que se refirió a ellos con emoción como “esos chicos descamisados que recorren España para animarnos”. En la elección del nombre, Riazor Blues, pesó un articulo de prensa en el que se aludía a los “blues deportivistas” en un desplazamiento a Balaídos. Los pioneros del grupo aseguran que al bautizarlo consideraron oportuno que no saliese la palabra ultra por ningún lado porque ya empezaba a ser una carga ese apellido.
Pero más allá de los ánimos y las intenciones había una faceta en los Riazor Blues que no era grata. Sumidos en esa ola ultra que invadió el fútbol español, algunos de sus integrantes comenzaron a protagonizar altercados y adoptar una ideología política que les enfrentaba con los grupos próximos a la ultraderecha o que se oponían al nacionalismo gallego. Pronto empezaron a identificar antagonistas no sólo en Vigo sino también en Gijón, Madrid o incluso Bilbao, donde mantenían buenas relaciones con Tripustelak Taldea, pero protagonizaron varias peleas con Herri Norte por el simple hecho de que éste grupo mantenía buenas relaciones con los Celtarras.
Todo ese universo de viscerales filias y odios saltó por los aires una noche de Copa del Rey en Santiago en octubre de 2003. Allí a la salida de un partido contra el Compostela se armó una pelea que acabó en reproches entre aficionados deportivistas. Uno de ellos le dio una paliza a Manuel Ríos, un joven de 31 años que falleció horas después. El atestado policial aludió a navajas y destrozos en el estadio. La policÍa detuvo a un destacado integrante de los Riazor Blues y se propagó una fotografía suya años atrás entregándole un recuerdo a Bebeto sobre el césped de Riazor la tarde que el brasileño disputó su último partido en A Coruña. Señalados, los Blues anunciaron su disolución en un comunicado. “El juguete se nos ha ido de las manos”, aseguraban en el texto. “Por muy grande que sea, ninguna bandera vale la pena su tras ella se esconde un solo violento”, apuntaban. Y advertían que su adiós no se enmascararía con un simple cambio de nombre.
No fue así. El único acusado por la muerte de Ríos fue absuelto. La Justicia determinó que estaba presente cuando la victima fue golpeada, pero que era imposible precisar si le agredió. “En ausencia de prueba directa para desvirtuar la presunción inocencia es necesaria una prueba indiciaria sólida, que se ha de basar en hechos plenamente acreditados y no en meras sospechas, rumores o conjeturas”, zanjó la sentencia casi tres años después de la muerte de Ríos. Para entonces los Riazor Blues ya habían regresado al estadio. Desde entonces hasta ahora las citaciones para peleas con aquellos que no les resultan afines se han sucedido al amparo de las nuevas tecnologías.
Altercados en Gijón, con aficionados del Zaragoza en A Coruña, hace unas semanas la policía evitó un enfrentamiento con ultras del Valencia que se habían desplazado a Galicia tras retarse mutuamente. La deriva en los últimos tiempos de los Riazor Blues debería de tener un punto final tras la muerte ahora de uno de sus integrantes.
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