Sin Premier League, la quinta ronda de la FA Cup ha llenado este fin de semana las pantallas y los campos de Inglaterra. El Arsenal ha caído eliminado ante un ‘segunda’ como el Blackburn Rovers en el Emirates y el Chelsea y el Manchester City han goleado a rivales menores. Sin embargo, en estos partidos no ha estado el principal interés de este fin de semana copero.
Los focos mediáticos apuntaron ayer al norte de Londres, a Luton, donde el Luton Town, equipo semiprofesional de la Conference National, cinco escalones por debajo de la Premier, y el Millwall de Championship (Segunda) se vieron las caras. Un encuentro sin demasiada historia, donde el equipo de mayor categoría goleó con facilidad (0-3) terminando con el sueño local y prolongando el propio. Un partido sin relevancia si no fuera porque 300 policías escoltaron a la afición visitante y vigilaron lo que ocurría sobre el verde y fuera de él. Las fuerzas de seguridad de Herdford, Cambridge y el Valle del Támesis, junto a la de Luton, velaron por la calma que hace casi tres décadas fue rota.
El Luton y el Millwall volvieron a jugar en FA Cup 28 años después. En la anterior ocasión, cuando los estadios eran inseguros, arcaicos y estaban atacados por el virus del hooliganismo, se produjeron unos incidentes en Kenilworth Road que marcaron el devenir del fútbol británico para siempre.
La rivalidad entre el los aficionados del Luton y del Millwall era enorme en los años 80. Los Bushwackers, como se les conocía a los hooligans de los ‘Lions’, sembraban el terror en los campos que visitaban. “No one likes us, we don´t care” (A quién le importa si no le gustamos a nadie) era su lema.
Aquel día, con motivo del encuentro de sexta ronda de la FA Cup, viajaron en tren a Luton, a 50 kilómetros de Londres, 10.000 aficionados con la idea de armarla. “Era una bomba a punto de estallar sentada en los vagones”, aseguró un trabajador de la British Railway Services.
Llegaron los hooligans del Millwall a Luton y la policía no estaba preparada. Miles de alborotadores y sólamente unos pocos policías para contenerlos. “Necesitareis caballos”, les avisaron desde Londres cuando los aficionados del Millwall salían en sus trenes hacía la ‘batalla’. La previsión falló, aunque se sabía desde semanas antes lo que iba a suceder, y el caos fue total. Coches destrozados, peleas, pubs arrasados, mobiliario urbano quemado y una marabunta que partía hacia Kenilworth Road desde el centro de la ciudad con ganas no solo de ver un encuentro.
Los hooligans del Millwall entraron causando violentos incidentes en la Kenilworth Stand. Se esperaban 5.000 seguidores visitantes pero llegaron el doble. Cientos de ellos, desde dentro del estadio, comenzaron a tirar botellas y monedas a los aficionados del Luton que querían acceder al recinto.
A pesar de las peleas, los lanzamientos y los cánticos ofensivos, el partido comenzó a su hora. Sin embargo, el colegiado tuvo que pararlo en el minuto 14 cuando los aficionados del Millwall saltaron al césped y comenzó la batalla campal, el terror. “Se llevaban a gente en camilla, había peleas y los jugadores temían por sus familias porque lanzaban bolas de billar hacia el palco. El fútbol quedó en un segundo plano”, aseguró conmocionado el entrenador local David Pleat. La policía huía, los futbolistas eran golpeados y los aficionados ‘Hatters’, situados en la Bobbers Stand, sufrieron agresiones con asientos y objetos de todo tipo. Dos tercios de ellos no volvieron al estadio aquella temporada.
Los incidentes sonrojaron al Reino Unido y solo terminaron cuando el mánager del Millwall, George Graham, les pidió a sus hooligans que “cooperaran, disfrutaran y les dejaran entretenerles”. El encuentro se reanudó 25 minutos después, el Luton ganó 1-0 pero la vergüenza de aquella noche marcó el futuro.
Milagrósamente no hubo fallecidos. 47 personas fueron hospitalizadas y ‘sólamente’ 31 arrestadas. Al día siguiente el presidente de la FA (Football Association), Bert Millichip, censuró los hechos calificándolos de “lo más desagradable que había visto”. La FA y el gobierno de Margareth Thatcher abrieron una investigación y sentaron las bases de lo que hoy son las ejemplares medidas y reglas organizativas y de seguridad de la Premier League. Un plan de seis puntos que incluía la presencia de policía dentro de todos los estadios, cámaras de vigilancia en los recintos, prohibición de venta de alcohol y asientos en las gradas. Una hoja de ruta que no impidió que se produjeran otras tragédias como el incendio de Valley Parade en Bradford (56 muertos) o los desastres de Heysel (39 aficionados fallecieron en la final de la Champions League entre Liverpool y Juventus) y de Hillsborough (96 personas perdieron la vida asfixiadas).
Hubo muertes en otros campos pero lo que pudo ser una tragedia en Kenilworth Road quedó en un bochornoso incidente que abrió las puertas a la seguridad y la tranquilidad en los estadios británicos. Ayer, ante 9.768 personas sentadas y expectantes de fútbol, Millwall y Luton compitieron únicamente sobre el verde. Sólamente hubo 7 detenidos por peleas aisladas. Pasaron del caos a la seguridad futbolística.
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