Cuando a las 20.45 horas sonó la música de la Champions y la lona estrellada se movió a su son en el centro del campo, Mestalla enloqueció. Impresionante. La Liga de Campeones, por fin, regresaba a Mestalla. ¿Para quedarse? Con ese objetivo jugó el Valencia pero, al tratarse de una eliminatoria, habrá que esperar al próximo martes para cerrar el pase a la fase de grupos. La ida, de momento, fue una fiesta. La afición, como siempre, se volcó con el equipo para reivindicarse como un jugador más. ¿Cómo podía ayudar? Desgañitándose a favor del Valencia y presionando al Mónaco y al colegiado. Así actuó.
La de anoche fue una larga, intensa y gratificante, fiesta. Porque tres horas antes del partido, la afición empezó a tomar Mestalla. Había hambre de fútbol. Del bueno. La Champions, y su magia, regresaba a Valencia y había que exprimirlo. Quizás por ello, todo se vivió con un entusiasmo desbordado. Una ilusión que, para los miles de seguidores que se dieron cita en la Plaza de la Afición y en la Avenida de Suecia, fue extrema al ver llegar el autocar del equipo. Al grito de «¡Sí se puede!», el autobus recorrió los últimos metros tras abrirse paso entre la enfervorizada hinchada. Los jugadores, con el dedo pulgar en alto, agradecían asombrados la inyección de moral que los seguidores les trasmitían. Pero éste fue sólo el primer paso. La escenografía de la Champions atrapó, entrar al campo, tanto a futbolistas como aficionados. Ésta es una competición única que está envuelta de un glamour y una escenografía que la hace diferente. Por ello, y por lo mucho que había en juego, todo cada minuto se vivió tanto en la grada como sobre el césped con una intensidad máxima. Hay oportunidades en la vida que no se pueden dejar escapar y, unidos, jugadores y aficionados querían aprovecharlo. ya lo decía, horas antes, la presidenta Layhoon „ que en plena simbiosis con el club visitó de naranja en el partido„, el Valencia tiene «una afición de Champions y gracias a ellos conseguiremos que el equipo sea de Champions». Quedan 90 minutos.
El entusiasmo, de unos y otros, se volcó todo sobre el césped. Y pronto llegó la recompensa. Aún quedaba algún rezagado por entrar a Mestalla cuando, se celebraba el gol de Rodrigo. Éxtasis. Mestalla, que no esperaba un inicio de tal alto voltaje, enloquecía al ver cómo el Valencia abría el marcador y disfrutaba al sentir que los jugadores se dejaban el alma en cada jugada. Pero también sufría al contemplar como, con el paso de los minutos, el equipo perdía fuelle y se empequeñecía ante un Mónaco que sabía cómo intimidar al anfitrión. La desilusión se apoderó de Mestalla con el gol de Pasalic. Pero con más fuerza y consciente de su papel, la grada tomó fuerza para tratar de conducir al equipo a la victoria. Y vaya si supieron. Primero Parejo que marcó y dedicó el gol a su próximo bebé y Feghouli que marcó el que podría ser su último gol con el Valencia, encarrilaron el deseado pase a la fase de grupos.
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