Hace treinta años, en el Nápoles-Real Madrid de primera ronda de la Copa de Europa, el conjunto blanco ya supo desde primera hora lo que le esperaba a las faldas del Vesubio. El autobús que les trasladaba del aeropuerto hasta el hotel de concentración fue recibido con una pancarta gigante y una dedicatoria volcánica, «bienvenidos, cabrones», escrita en castellano, para que no hubiera ni una mínima duda. El partido de ida en el Bernabéu, con triunfo blanco (2-0) y alguna que otra polémica arbitral, fue la llama perfecta para encender aún más a una ciudad y una hinchada fanática como pocas en el mundo. Pero de nada sirvió en el campo toda aquella parafernalia. 1-1 y el Nápoles de Maradona, eliminado en septiembre.
Tres décadas después, la historia se volvió a repetir, y el epílogo de la misma también. 36 horas de triquiñuelas, pero el que pasó ayer de ronda fue el Real Madrid. A diferencia de lo ocurrido el pasado siglo, esta vez no hubo pancarta alguna con insulto, pero sí un fuego de decibelios a las dos de la madrugada del lunes al martes que no hizo demasiada gracia en el club blanco. Según detallaron fuentes del Real Madrid, unos doscientos «tifosi», cacerola en mano y cláxones de los coches en plena ebullición, decidieron perturbar el sueño de los jugadores blancos, con el objetivo de privarle del descanso necesario. Unos treinta minutos tardó la policía local en desalojar aquella encerrona. Tiempo suficiente para desvelar a algún que otro miembro de la plantilla.
Liturgia
Fue el inicio de un martes de pasión en Nápoles, con un elevado número de comercios y bares cerrados desde las 15.00 horas, momento en el que el estadio de San Paolo abrió sus puertas. Entonces, ya las colas para acceder al feudo italiano reunían a unas trescientas personas en el lateral opuesto a la tribuna principal. A las 19.20 horas, los 60.000 aficionados que llenaron el estadio ya ocupaban sus asientos y se dejaban la garganta y el alma animando a su equipo: «Es el partido más importante de la historia del Nápoles desde que Maradona ya no está aquí, hace 26 años. Nunca antes nos hemos clasificado para unos cuartos de final de la Copa de Europa y hacerlo dejando por el camino al Real Madrid sería algo único», detallaban a este periódico un grupo de aficionados.
Como ya ocurriera en el partido de ida, minutos antes del inicio del encuentro, San Paolo era un volcán y Nápoles una ciudad fantasma. Ni un alma por la calle. El diez por ciento de la ciudad, dentro del estadio. El otro noventa, frente al televisor soñando con ese 2-0 que les metiera en la siguiente ronda. Un resultado con el que era recibido todo hincha o periodista español presente estos dos días en Nápoles. Simplemente había que sentarse en la mesa de una restaurante y el camarero, al tomar nota de la comanda, te mostraba su bloc de notas donde ya había escrito ese marcador, a la vez que portaba orgulloso al cuello una bufanda del Nápoles: «Aquí no se habla de otra cosa desde hace muchas semanas. Y en estos últimos días, claro, es el único tema de conversación. Para los napolitanos hay muy pocas cosas tan importantes en la vida como nuestro equipo», explican representantes del club «azzurri», antes que empleados hinchas con mayúsculas. Cantan y gritan como un espectador más, aunque ya tendrán que esperar a la próxima temporada para volver a escuchar el himno de la Champions en el volcán de San Paol
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