“Cuando termina un Campeonato Mundial, los aficionados se sumen en la melancolía de enfrentar una realidad sin goles”, ha dicho Juan Villoro, escritor mexicano autor de “Dios es redondo” y “Balón dividido”, libros que reunen crónicas sobre hechos consumados y jugadores que han hecho época a lo largo de muchos años.
Esa resaca balompédica posmundialista ha llevado a numerosos periodistas brasileños a reflexionar sobre las razones del gran fracaso del futbol de su país en la Copa del Mundo 2014, motivado –dicen- por desorganización y caos en las estructuras que administran el deporte nacional.
Mencionan a los expresidentes de la Confederación Brasileña de Futbol (CBF), Joao Havelange y su yerno Ricardo Teixeira, y a su actual titular, José María Marín, como responsables de arbitrariedades, corrupción y nepotismo, mientras el futbol ha padecido serias deficiencias durante años.
Flávio Tavares, corresponsal de diarios mexicanos en Brasil en las décadas de 1980 y 1990, expresó que la mayoría de los clubes brasileños también tienen su parte de responsabilidad, dado que son permeables y fraudulentos en la administración de sus recursos, inmersos en el trasiego ilegal de futbolistas, engañados y luego abandonados a su suerte.
Los clubes son todo lo contrario a los potentes y ricos equipos de la Bundesliga alemana, para citar el caso ejemplar de los grandes vencedores de Brasil en 2014, quienes, por primera vez desde 1958, se llevaron de América a Europa la Copa FIFA inaugurada en su territorio hace cuatro decenios, en sustitución a la “Jules Rimet” creada en 1930.
En Brasil hay un fuerte pasivo que obliga a vender futbolistas de todas las edades para poder sobrevivir, provocando un éxodo irresistible a Europa y el Lejano Oriente, afectando a los torneos estatales que, con muchas dificultades, sobreviven ya no se diga con ídolos, sino con jugadores medianamente aceptables.
A ello hay que agregar que –explicó Tavares- las familias han sido desterradas de los estadios debido a la violencia de las “torcidas”, organizadas como bandas delictivas y grupos que han cobrado decenas de víctimas en los últimos años en un deporte que había sido parte de la identidad nacional de Brasil.
Mientras eso ocurre en la nación que ama el balompié por encima de todo, Alemania es el destino preferente para futbolistas que figuraron como titulares en la selección de Brasil quienes, por su calidad, han logrado altas cotizaciones, como Luiz Gustavo en el Wolfsburg, Dante Bonfim Santos y “Rafinha” en el Bayern Munich.
Sin mayor relevancia en sus clubes de origen, migraron a Alemania, donde se tuvieron que adaptar a un medio difícil debido a disciplinas tácticas que han sido la envidia de los directores técnicos brasileños y, en aspectos administrativos, de dirigentes que tienen la ganancia inmediata como fin único.
“El futbol de Brasil ha sido considerado un hecho cultural; pero le ha sido robado a la gente, que respondió admirablemente en la Copa del Mundo 2014, resultando defraudada con actuaciones temerosas al principio e incalificables al final”, destaca a su vez Emmanuel Neri, excorresponsal de “O Estado” de Sao Paulo en México.
“Come back, Pelé”; “Volta, Pelé; “Vuelve, Pelé”, rezaba un cartel extendido en tres idiomas durante el partido entre Brasil y Holanda el 12 de junio pasado, perdido 3-0 por los anfritriones en el estadio nacional Mané “Garrincha” de Brasilia, ilustrando así el deseo ferviente de que volviera la grandeza de otros tiempos.
“Ni pies, ni cabeza, ni esquema ni nada”, reclama desilusionada Beatriz Eugenia Mendonça a la salida del escenario deportivo de la capital, que costó 900 millones de dólares, el doble de lo presupuestado, al referirse a lo mal planeado que estuvo ese partido contra los holandeses por parte de Luiz Felipe Scolari.
A pocos días de haber concluido el evento que quitó el sueño de los brasileños y su gobierno para entregarlo a tiempo –estadios, carreteras, aeropuertos, infraestructura turística-, la pesadilla continúa, pues las “torcidas” clamaron, sufrieron, aplaudieron y sonrieron en la tribuna, en tanto sus futbolistas no lucharon con los pies.
En la búsqueda de “chivos expiatorios”, los “ultras” que han visto al equipo nacional como la máxima expresión de la “brasileñidad” la emprenden hasta con Neymar da Silva, cuya figura frágil salió caminando lentamente hacia el banquillo de los suplentes, para apoyar a sus compañeros durante el partido contra Holanda el pasado 12 de junio.
A ello se suma que, después de la derrota sin atenuantes frente a Alemania, cuatro días antes circularon imágenes que sugerían que la estrella brasileña del Barcelona había fingido la lesión vertebral que le provocó el defensa Juan Zúñiga en el último minuto del juego contra Colombia.
La corresponsalía de la cadena ESPN en Brasil difundió un video en el que Neymar se ve caminando con normalidad dentro de la sala de su casa de Guaruja, días después de la fractura en la tercera vértebra lumbar, por la que se le había precrito reposo total al menos por un mes y medio.
El delantero, en quien “Felipao” basó infructuosamente su estrategia para llegar a la final del 13 de julio, se echó a Brasil sobre la espalda, y ahora las “torcidas” reclaman que sus actuaciones fueron deficientes e insuficientes, compartiendo la desgracia con David Luiz, el héroe de la jornada frente a Colombia, a la que hizo el segundo gol desde 30 metros, catalogado entre los mejores de la Copa del Mundo.
El rubio defensa central entregó el balón a Daley Blind en el partido contra los holandeses, quien colaboró con su parte en el 3-0 demoledor, al disparar un derechazo que envió a un cuarto sitio inadmisible a Brasil, donde ya se emprende una “cacería de brujas”, aunque lo nieguen los dirigentes confederativos.
En otras palabras, para digerir la caída libre que padece el futbol brasileño desde el 8 de julio de 2014 por su demostración ante Alemania –fecha de su “antes” y su “después”-, se buscan culpables.
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