El fútbol español observa con preocupación el repunte en la violencia en los estadios. La serie de incidentes ocurridos en el último mes dejan entrever que algo se está cociendo entre los grupos ultras. La espita salta en el Betis-Sevilla de Copa, el pasado 15 de enero, cuando el palo de una bandera lanzado desde la grada impactó en la cabeza del sevillista Jordán. Apenas unos días después sorprendieron las imágenes de los autobuses del Atlético y el Real Madrid apedreados y acorralados a su llegada a los dos coliseos vascos, Anoeta y san Mamés. La escalada culminó el pasado fin de semana con una batalla campal en Vigo, en las inmediaciones de Balaídos, entre ultras del Celta y
el Rayo.
«El fútbol español no es violento para nada, pero últimamente están sucediendo casos que nos deberían preocupar a todos», cuenta a ABC José Manuel Mateos, actual presidente de Aficiones Unidas, una asociación que engloba a las federaciones de peñas de 37 clubes, representando en total a más de 800.000 aficionados. «Episodios como el del Villamarín son aislados y fruto de la acción de un descerebrado, pero sí hay que tener cuidado con lo que ocurre antes y después de los partidos. En algunos casos ha faltado prevención y los responsables de la seguridad no han estado muy finos».
En España, la encargada de registrar todos los sucesos que se producen y de proponer las sanciones correspondientes es la Comisión Estatal contra la Violencia, el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia en el Deporte, más conocida como Antiviolencia. Pese a los esfuerzos, desde 2005 apenas ha habido variación en el número de procesos sancionadores. Solo en el informe de la temporada 2019-20, el último disponible, se observa un evidente descenso, que el organismo imputa al hecho de que un 27 % de los partidos de ese curso se jugaran a puerta cerrada a causa de la pandemia. Aún así, la Comisión muestra su sorpresa ante el clamoroso aumento de determinados tipo de incidentes, como la exhibición de bengalas o los delitos de odio y racismo. «El hecho de que muchos partidos fueran a puerta cerrada debería haber producido un descenso en todas las causas de infracción. Un aumento, por leve que sea, ya parece preocupante». Este último informe, que alerta también del incremento en el desplazamiento de aficionados denominados «de riesgo», aunque fuentes de la Oficina Nacional de Deportes, desde donde se coordinan todas las medidas de seguridad en los espectáculos deportivos, aseguran a ABC que pese a que el número de expedientes es similar, ha descendido de manera notable la gravedad de los mismos: «No tienen que ver nada los grupos de ahora con los antiguos Ultra Sur, Frente Atlético o Indar Gorri. De los estadios se les ha sacado, pero desmontar estos grupos es más complicado. Son bandas criminales cuya actividad va más allá del deporte».
Para explicar este clima de crispación aparece, de nuevo, el factor jugado por la pandemia. «Los grupos violentos en el fútbol han estado sumergidos, pero han seguido activos a través de sus canales. El cambio de situación ha provocado que empiecen a reunirse, y a ir a los campos, y así emerge de nuevo la violencia», explica a ABC Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia. «Las restricciones han hecho aflorar con más fuerza a los grupos radicales», corrobora Mateos. «Al final es un reflejo de la sociedad. Ocurre lo mismo con las bandas juveniles que ahora parece que están soltando toda la rabia de golpe».
Desde la Federación Española de Fútbol se ha querido incidir al tratar este asunto en la responsabilidad de los propios agentes del fútbol, en especial de los clubes, a los que recriminan ciertas comunicaciones con sus socios y aficionados que podrían fomentar las actitudes violentas. «En el asunto del palo la reacción de los dos clubes implicados tampoco fue la más adecuada», insiste Mateos. «Los dirigentes, y también los medios de comunicación, pueden caer en el error de enervar a sus aficionados, y eso en el mundo ultra también tiene consecuencias», coincide Ibarra, muy crítico con la gestión de estos incidentes por parte de las instituciones: «De la Comisión depende un Observatorio contra la Violencia del que formo parte. Desde el caso Jimmy, en 2014, no se nos ha convocado a una sola reunión. La Liga hace el seguimiento de los casos y es bastante benévola con la existencia de estos grupos. Solo promueven la intervención cuando hay situaciones muy extremas. Reivindicamos la aplicación de la legislación. Lo que hacen los ultras son delitos tipificados en el Código Penal y no se les pone delante de un juez. Hay que ilegalizar esos grupos».
El (mal) ejemplo de Francia
El rebrote no solo se observa en España. En Francia el asunto es ya cuestión de estado. Los violentos campan a sus anchas en los estadios y se suceden las agresiones, las invasiones de campo y las suspensiones de partidos por culpa de los ultras. Rusia, avispero de hooligans en los últimos tiempos, Italia o Grecia, que hace menos de una semana sumó un muerto a sus estadísticas tras el asesinato de un aficionado del Aris, transitan también por esta peligrosa vía. "Estas cosas nunca pillan demasiado lejos, y menos en los tiempos que corren", advierte el presidente de Movimiento contra la Intolerancia. "Hay un riesgo de mimetismo con lo que está pasando en Francia, no es tan descabellado que se puedan repetir esos comportamientos". Aquí, la opinión no es compartida por Mateos: "El nivel de seguridad y de tolerancia es mayor en España que en países como Francia o Italia, donde estamos más acostumbrados a ver episodios violentos. Yo veo difícil que se puedan dar casos parecidos aquí. Creo que el trabajo de las instituciones y la Policía es bueno".
No hay comentarios:
Publicar un comentario