Riazor se convirtió ayer en un lugar extraño. Una atmósfera fría, displicente y desentendida se adueñó del estadio en el que posiblemente representaba el compromiso más determinante de la temporada para el Deportivo. Extrañó a todos, incluidos los que recordaban el campo coruñés como un lugar acogedor para los suyos, como el caso del entrenador rival Sergio González. En poco se pareció el ambiente ayer en la grada al que solía existir durante la etapa del centrocampista catalán en A Coruña, aunque tras el partido tirara de diplomacia para disculpar a la parroquia deportivista por el horario en el que se disputó el choque.
La sensación de que el equipo pusiera en juego una parte importante de sus opciones de permanencia no se dejó sentir en los graderíos, semivacíos. Apenas se superó la media entrada. Y eso pese a los esfuerzos del consejo de administración, que desde hace dos semanas venía animando a que Riazor presentara un aspecto excepcional con una oferta de entradas a precios populares dirigida a los socios. No resultó.
Ocurre que en el ADN deportivista parece figurar el despertar problemas donde antes no existían. Inmerso como está en una batalla deportiva determinante para su futuro, el clima social ha virado de nuevo hacia la división.
Los coletazos de lo ocurrido a finales de noviembre a orillas del Manzanares, la atropellada gestión del suceso por parte de la directiva y las medidas adoptadas por los organismos estatales para arrinconar la violencia en el fútbol todavía se dejan sentir en el deportivismo.
Ayer, después de algunas semanas en las que pareció regresar la normalidad a las gradas, la sensación no era muy diferente a la de los partidos inmediatamente posteriores a la muerte de Francisco Javier Romero Taboada, Jimmy. No hubo la atmósfera de enfrentamiento abierto que caracterizó aquellas citas, pero sí una sensación de frialdad manifiesta.
El de ayer era además el primer encuentro en Riazor después de que la Liga de Fútbol Profesional (LFP) decidiera implantar una serie de medidas para regular el acceso de los grupos de aficionados a los estadios. Faltaba comprobar pues cómo reaccionarían los Riazor Blues.
Aunque en un primer momento parecía que acudirían a sus localidades, la zona de Maratón Inferior que suelen ocupar se quedó intencionadamente vacía. Fue su modo de protestar contra las decisiones de la Liga y de su presidente, Javier Tebas, al que dedicaron algunos cánticos durante el partido animándolo a abandonar su cargo.
Esas nuevas medidas se dejaron notar especialmente en los accesos al estadio, donde ayer había más seguridad de la habitual. Las pancartas estuvieron completamente prohibidas y la Federación de Peñas finalmente no cumplió con el desafío que lanzó de acudir con símbolos de los Blues.
Su decisión contribuyó a que la atmósfera del estadio resultara todavía más sosa. El resto del estadio intentó compensar su ausencia al comienzo de la primera y la segunda mitad, pero el ambiente desangelado terminó adueñándose del partido por completo.
Aunque la mayoría de los que habitualmente se sitúan en esa zona de Maratón Inferior prefirieron no acudir al estadio -medio centenar de ellos vieron el partido juntos en un establecimiento en las inmediaciones de Riazor- de esa zona partieron cánticos en contra del consejo de administración y del entrenador, Víctor Fernández.
El resto del estadio les respondió con silbidos, volviendo a dejar claro que entienden que lo que necesita el equipo es apoyo. Éste, sin embargo, se resiente sin el aliento que le llega del lugar tradicional de animación del estadio. En ese sentido, Riazor enmudeció hasta que afloraron los pitos en el estadio por la sensación de que el equipo se dejó dos puntos muy importantes en su camino por lograr la permanencia en Primera División al final de la temporada.
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