Ya el inicio de la tarde, bajo un sol de justicia que poco a poco fue ocultándose, prometía que en Pontevedra había ganas de plantar cara al Haro, cuyos aficionados, alrededor de un centenar, se ubicaron en la parte baja de la grada de Preferencia. Un cuarto de hora antes del pitido inicial, vibró la grada por primera vez. Fue cuando la mascota, Roelio, irrumpió en el campo. La «afrenta» del periódico El mundo deportivo, que esta misma semana designó al hueso del Pontevedra como una de las mascotas «más feas del mundo», no hizo sino acrecentar la simpatía de todo un estadio hacia la mascota granate. Incluso se le cantó aquello de «Es una joya, Roelio es una joya»
Pero si la grada vibró con la presencia de Roelio, luego se apagó algo durante los primeros 45 minutos. El partido arrancó con mucho miedo ente los aficionados, que venían de vivir dos prórrogas y de sufrir una gran decepción en la primera eliminatoria. El fiasco del Mensajero sobrevoló el estadio y los aficionados no se fiaban. De hecho, debió de ser la primera parte más silenciosa vivida en un estadio con más de diez mil personas. Apenas las decisiones arbitrales encendían a los aficionados del Pontevedra.
Bueno, hay que ser justos y reconocer el papel incansable que juega el fondo norte, donde se ubica la peña más joven y animosa del club. Ellos sí que animaron y se animaron durante todo el encuentro. Pero en el resto del estadio, el ambiente era más tenso.
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