Tras la victoria del Barcelona en Berlín, en la final de la Liga de Campeones, un hombre alemán de origen español de 42 años fue agredido por ultras españoles seguidores del equipo azulgrana mientras hacía cola en una pizzería en el barrio de Kreuzberg. La víctima vive en ese famoso barrio berlinés, centro de la escena creativa y multicultural de Berlín, que atrae no sólo a artistas y estudiantes de todo el mundo, sino también a muchos turistas a los que les gusta disfrutar del ambiente festivo, abierto y tolerante de esta zona de la ciudad.
Según cuenta la víctima, unos jóvenes se dirigieron a él hablando en español mientras esperaba su turno para comprar una pizza. Al comprobar que les entendía, entablaron una breve conversación con él. La charla pronto derivó en disputa a causa de los graves insultos de los españoles hacia los turcos que trabajaban en el local. La situación se agravó cuando la víctima les preguntó si eran racistas y, ante su respuesta afirmativa, les invitó a dejar sus manifestaciones xenófobas, añadiendo que no le gustaban las personas racistas. Esto les enfureció y, haciendo alarde de su nacionalismo radical, le insultaron también a él por ser contrario a su ideología.
Sin más aviso, uno de ellos le sujetó fuertemente por la espalda y le propinó puñetazos en la cara, dejándole herido, con el hueso de la nariz roto, sangrando por nariz y boca y con un ojo maltrecho. Los turcos a los que la víctima había intentado defender de los ataques verbales de los ultras españoles fueron los que le prestaron los primeros auxilios. Mientras tanto, los agresores se alejaron de allí sin que ninguna de las personas presentes, por miedo o indiferencia, intentase detenerles.
Este hecho quedará impune, como muchos otros que ocurren con frecuencia cuando el fútbol está de por medio. Los agentes de la policía alemana que registraron el caso no suelen hacer otra cosa que archivar las denuncias de tales agresiones, por otra parte, frecuentes en ciudades como Berlín. Casi imposible encontrar e identificar a los delincuentes entre los miles de españoles que visitaron la capital alemana para asistir al encuentro de fútbol entre el Barcelona y el Juventus y presenciar el final de la Liga de Campeones en el Estadio Olímpico de Berlín.
Solamente del aeropuerto de El Prat habrían salido más de 14.000 seguidores del Barça con destino a esta ciudad alemana, además de los miles que viajaron en autocares o por otros medios. En total, unos ochenta mil turistas y fans de ambos equipos, según la prensa berlinesa, invadieron las calles y plazas de la ciudad. Mil ochocientos agentes de la policía de Berlín, otros mil de la policía federal y expertos policiales de Italia y España velaron por el orden.
La victoria del equipo español sobre el italiano provocó la euforia de sus seguidores, que celebraron el éxito hasta el amanecer, con gran estrépito pero, en su mayoría, de forma pacífica, según la información oficial. Escenario de la fiesta fueron la Puerta de Brandenburgo y espacios como ‘Alexanderplatz’ y ‘Breitscheidplatz’, lugares neurálgicos de la ciudad donde son habituales actividades lúdicas y concentraciones de un público joven, multicultural y, cuando el alcohol está en juego, no siempre pacífico.
Ataques violentos aislados como el ocurrido en Kreuzberg pasan desapercibidos y no suelen tener consecuencias para los autores de los mismos, sí en cambio para los afectados, que sufren no sólo las secuelas físicas de la agresión sino, en muchos casos, graves traumas psicológicos.
Lamentablemente, parece que siguen teniendo un fuerte protagonismo en el fútbol español algunas agrupaciones politizadas y violentas, y eso a pesar de que a finales del pasado año, y tras la muerte de un ultra del Deportivo en una pelea en Madrid, los clubes, e incluso el propio Gobierno español, se habían comprometido a erradicar la violencia y las manifestaciones racistas de los estadios. Que esa violencia no sólo no se erradique, sino que se extienda en Europa, da al fútbol una peligrosa dimensión.
La víctima de este suceso, a quien no le interesa especialmente el fútbol pero que tampoco tiene nada en contra de los aficionados pacíficos, lamenta que se utilice este deporte como vehículo de ideologías extremistas y también que fuera precisamente Kreuzberg el lugar de la agresión sufrida, “en mi barrio reina la tolerancia y muchos extranjeros que viven aquí, entre ellos muchos jóvenes españoles, se benefician de ella, algo que no es natural encontrar en todas partes de Alemania. Los que no sean capaces de convivir con una sociedad multicultural no deberían de venir por aquí”, subraya.
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