El FC St. Pauli es un club alemán de la ciudad de Hamburgo. A diferencia del resto de los equipos, para sus hinchas, perder no es dramático. Su símbolo es una calavera, idolatran al Che y defienden postulados antirracistas. Y hasta tuvieron un jugador que pidió anular un gol propio.
En el fútbol de hoy con clubes famosos, millonarios, que salen campeones casi siempre; que buscan la victoria a cualquier precio; con dueños millonarios, técnicos estrella y jugadores que cobran millones, etc.; también existe el FC St. Pauli.
El club de Hamburgo se distingue por diferentes razones:
La camiseta marrón, un color poco deportivo, predomina en los símbolos y la indumentaria oficial.
La historia del St. Pauli cambió en los años ‘80 cuando se afincó cerca del Reeperbahn, zona roja y bohemia. Las camadas del activismo okupa empezaron a ir a la cancha y fue cambiando la impronta. La insignia con la calavera embanderó a los nuevos hinchas. En 1981 el promedio de público era de 1.600 personas y en los ‘90 pasó a 20.000.
No me importa si perdés es en serio. El equipo llegó a la Bundesliga (la Primera alemana) en 1977 y desde entonces fue lo que acá conocemos como subibaja. Esta misma temporada la pasa mal en la Segunda División. “Somos hinchas como todos, pero nuestra popularidad claramente no está conectada a los éxitos deportivos”, explica Michael Pahl, voluntario comprometido con la comunicación del club.
St Pauli es mucho más que un club de fútbol gay friendly: fue el primero en Europa (probablemente en el mundo) en tener un presidente (2002 - 2010) abiertamente gay y militante de la causa LGTB, el director de teatro Cory Litmann. Los ultra tienen su rama femenina/feminista y una de las sorpresas visuales en el estadio Millerntor es un mural que muestra a dos hombres en un beso apasionado abajo de la leyenda “Lo único que importa es el amor”. Otra rama es la participación en las movilizaciones contra los desalojos. Y una bandera que dice “bienvenidos refugiados”.
El puño golpeando la esvástica es póster oficial para los fans, que los 27 de enero, aniversario de la liberación de Auschwitz, llenan la cancha para conmemorarlo. St. Pauli fue el primer club en incorporar los postulados antirracistas y antihomofóbicos a sus estatutos y, en 1991, también el primero en prohibir los cantos intolerantes en los partidos.
“No hay fútbol para los fascistas”, dice un cartel en la platea. Se hizo famoso por un blooper un poco siniestro que ocurrió el año pasado antes del Mundial. La selección se entrenaba en el Millerntor para un partido contra Polonia y como había fotógrafos y cámaras la Federación Alemana de Fútbol mandó a tapar la frase con una lona.
El 12 de abril de 2012, el delantero del St. Pauli Marius Ebbers, convenció al árbitro para que anulara su propio gol. En un partido contra el Union de Berlín (iban 1 a 1) quiso cabecear una pelota y por reflejo físico terminó empujándola con la mano. Entonces fue y pidió que no lo cobraran. El fútbol colaboró con la leyenda perfecta y le devolvió el gesto a Ebbers: el equipo del puerto ganó en el minuto 92.
St. Pauli es un club rebelde, en una franja que va desde la corrección política hasta las posturas antisistema. En las instalaciones iban a poner un destacamento policial y los hinchas lograron que se abriera un museo.
Existe una conexión con Cuba que excede la pasión por las banderas del Che, que se ven en gran número. En 2005 el equipo se entrenó en la isla y la experiencia inspiró al ahora ex jugador, Benjamin Adrion, quien organizó el proyecto Viva con Agua para instalar dispensers en los jardines de infantes.
“Es un club especial porque la gente se involucra en la pelea por cosas que considera importantes. Se dice que es un club de gente de izquierda y es posible que lo sea para un número de fans. Pero hay mucho de sentido común. También la FIFA hace campañas contra el racismo. La diferencia es que para nosotros es una forma de vivir”, define Michael Pahl, autor del libro oficial del centenario del club, en 2010.
En 2006, en el estadio de St. Pauli se jugó la primera edición del mundial con las selecciones no reconocidas por la FIFA, la FIFI Wild Cup. El equipo local participó con el nombre de República de St. Pauli y ahí estuvieron Groenlandia, Gibraltar, Tíbet, Zanzíbar y la República Turca del Norte de Chipre, que salió campeón.
Cuando sale el equipo a la cancha pasan Hell Bells, de AC/DC, entre banderas y papelitos. El club define las “líneas de marketing” con los hinchas, que a través de su organización –el Fanladen– vigilan que la publicidad no sea invasiva ni contraria al ideal. Por ejemplo, no se auspician los corners, como pasa en otras canchas alemanas. Y todos recuerdan el logro de 2002, cuando presionaron para que se retirara, por sexista, una publicidad de la revista Maxim.
Por todo esto St. Pauli es un club “de culto”, con alcance nacional y global, con más de 200 clubes de fans en el mundo. En la Argentina existe uno, motivado en una camaradería marrón. El corazón es Hernán José García, fan calamar que trabaja en informática.
“Como hincha de Platense, hace unos cuantos años empecé a buscar equipos con camiseta marrón, y el primero que surgió era el St. Pauli”, cuenta.
Piratas del Sur es la página que creó en Facebook, donde mantiene al día las novedades que genera el equipo. Pero su afecto lo llevó más lejos, cuando le salió una oportunidad laboral en Wraclaw, Polonia, donde vive ahora. “Te juro que una de las cosas que evalué para ver si me venía era saber si la ciudad estaba más o menos cerca de Hamburgo”.
Los 650 kilómetros no son nada. Y Hernán viaja a ver los partidos cada vez que puede. La forma de vivir el fútbol de sus íntimos alemanes lo tiene encantado y a la vez no deja de asombrarlo: “No se hacen drama. Si gana el St. Pauli, van al bar, toman cerveza y festejan. Si pierde, van al bar, toman cerveza y se olvidan”.
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