La Banda del Río Salí y la sociedad tucumana, en general, quedaron en estado de conmoción por la muerte de un aficionado al fútbol ocurrida como consecuencia de un enfrentamiento entre dos grupos de barrabravas del club Atlético Concepción, tras la disputa de un partido -el domingo- entre la escuadra local y Unión Santiago, por el campeonato Federal B. La violencia en el fútbol, o mejor dicho, a consecuencia de esa práctica deportiva, ya provocó otras muertes y heridos entre vecinos de esa populosa ciudad del Este de la provincia.
La persona que murió el domingo, Ignacio Jerez, quedó en el medio de una violenta refriega entre dos sectores de la hinchada del club, que se tirotearon casi impunemente, tras la finalización del partido. La disputa por el reparto de entradas y de la “protección” a los feriantes que en esa zona del estadio “José María Paz” desarrollan sus actividades comerciales habrían sido algunas de las causales de esta intolerable, injustificable y dramática disputa en las calles de la vecina ciudad.
La ferocidad de las agresiones entre las hinchadas del fútbol está dejando un reguero de consecuencias dolorosas y lamentables que no reparan en pertenencia geográfica ni en categorías de la competencia (el club Boca Juniors fue expulsado de la Copa Libertadores de América y castigado económicamente por la desleal actitud de algunos hinchas contra los jugadores de River, fue una de las más recientes y más sonadas reacciones), pero que en todo caso exponen una matriz común: son hechos de violencia que las fuerzas de seguridad y las autoridades de los clubes no han podido o no se han propuesto prevenir, ya porque el fenómeno excede al ámbito deportivo específico o bien porque todo el sistema de protección para los asistentes al espectáculo futbolístico está muy lejos de cumplir con su cometido o, lo más probablemente, porque estos fenómenos están más vinculados con la marginalidad delictiva y con la exclusión social de sectores que han perdido valores de vida, referencias de tolerancia y los márgenes de respeto y sociabilidad.
Sin dejar de reconocer esa complejidad social para abordar el trance de la Banda del Río Salí, hay que recordar que ese encuentro, como muchísimos otros que se disputan en el marco de los torneos oficiales, se desarrolló sin la presencia de los hinchas visitantes, con la idea -justamente- de quitar del medio lo que en cientos de ocasiones ha sido el caldo de cultivo de esos enfrentamientos: las peleas entre los barrabravas de los distintos clubes. Pero, como va quedando más claro, esta violencia no está sólo relacionada con algunas diferencias deportivas, sino a un conflicto de una hondura y peligrosidad que hasta ahora no ha tenido respuesta.
La directiva del club Concepción ha renunciado, ante la gravedad de los hechos; la policía y la justicia investigan el caso que destruyó otra familia; las fuerzas de seguridad asignadas intentan hacer su descargo, los pobladores de la zona han comenzado a movilizarse para exigir el fin de estos incidentes y el castigo a los responsables. No debería atenderse el caso como si tratara de otro de los crímenes que cruzan a los tucumanos y a los argentinos que quieren participar de un espectáculo deportivo: ya es tiempo de que la inseguridad tenga una respuesta estructural, profunda, planificada y comprometida de parte del Gobierno y de toda las administraciones y jurisdicciones del Estado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario