El Foro Itálico es un monumento al deporte olímpico. Cobijado en la Della Vittoria, un suburbio al norte de Roma que algunos atrevidos llaman “la pequeña París”, fue inaugurado en 1932, está matizado de una arquitectura grandilocuente, rodeada de estatuas gigantes y de campos deportivos de todo tipo. Atletismo, natación. Y tenis, lógicamente. Metros más allá, el estadio Olímpico. Cuna de los Juegos de 1960, es la casa de Roma y Lazio.
En el medio, la Universidad que combina deportes y pedagogía es un orgullo. La única universidad estatal italiana dedicada a los atletas y “las ciencias del movimiento”. La referencia al pasado fascista, épocas de Benito Mussolini, parece haber quedado atrás. Aunque no tanto: pintadas de los ultras de Lazio decoran la escena en varias cuadras a la redonda.
Es un miércoles estelar. En este pequeño rincón romano, cae la noche con 22 grados de efervescencia deportiva. Por un lado, 60.000 hinchas reunidos en un estadio sin fútbol, con pantalla gigante, música, color, cervezas y pizzas. Del otro lado, menos ruidoso, el Premier Padel Major de Italia. Un auténtico Grand Slam del primo hermano del tenis.
De un lado, miles de hinchas, literalmente, con lágrimas en los ojos. Roma acaba de superar por 1 a 0 a Feyenoord con una cuota de fortuna evidente, como si hubiese arrojado monedas sobre la Fontana de Trevi antes de aterrizar en Tirana, y consigue la Conference League, el nuevo experimento del fútbol europeo. Detrás del magnetismo de la Champions League –este sábado, los gigantes, Real Madrid y Liverpool, en París- y la Europa League. Hay corridas, algunos incidentes, banderas y policías en guardia, en un ritual a la italiana, que sufre como nadie la ausencia en duplicado en donde construyó su leyenda: la Copa del Mundo.
La última vez en la gloria en la Champions fue el Inter del mismo gran conductor de hoy, José Mourinho, con los goles de Diego Milito. En la antigua Copa UEFA, la última vez también fue de Inter, en 1998, con un triunfo sobre Lazio. El fútbol italiano atraviesa una crisis de identidad. Durante todo el día, la TV y los portales exigían al público en general mostrar simpatía por Roma. “El que da la cara por Italia”, juzgaban. Es un torneo de relativo valor. Se celebra como el final de sus días. El fútbol despierta emociones extrañas. La “finalíssima” contra la Argentina, por ejemplo, no está en la portada de ningún medio. Parece un compromiso fuera de agenda.
Lo que sucedió en Albania se replicó en el Olímpico y tuvo relación directa con el certamen de excelencia del padel: debió terminar antes por el estricto cordón policial. Hasta los colectivos cambiaron de recorrido. Ramiro Moyano y Juan Belluati, una pareja argentina, luchó hasta el final, pero no alcanzó, mientras la fiesta estaba del otro lado de la puerta. Casi que había que pedir silencio, como en el tenis: no se escuchaba nada. Los vecinos de al lado alborotaron todo.
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