miércoles, 2 de abril de 2008

Un siglo de auténtica pasión azulgrana

El cuadrito de barrio que armaron Federico y Juan Monti, los hermanos José y Alberto Coll, Francisco Xarau, Luis Gianella, Antonio Scaramusso y José Gorena para darle forma dominguera a su pasión de pibes por el fútbol cumple hoy un siglo. Aquellos Forzosos de Almagro que el 1º de abril de 1908 decidieron llamarse San Lorenzo de Almagro, en velado homenaje a la primera batalla del general José de San Martín en suelo argentino y en real reconocimiento a su protector, el padre salesiano Lorenzo Massa, llegan hoy a sus 100 primeros años de vida convertidos en algo mucho más grande que un simple equipo grande de fútbol. La historia de San Lorenzo supera sus tres campeonatos amateurs y sus diez títulos profesionales, nueve en Primera A y uno en la B. Porque a un club no lo enaltecen sólo sus éxitos deportivos. También lo agigantan las emociones que provoca. Y de ésas, San Lorenzo produjo miles en todo este tiempo en el que conoció el oro y el barro.
Si Boca se hizo pueblo a partir de la gira de 1925 por Europa, si River conquistó las multitudes con los taponazos de Bernabé Ferreyra y las maravillas de La Máquina, si Racing fue la Academia del fútbol argentino en la era amateur y si a Independiente lo consagraron los arabescos de sus grandes delanteras, San Lorenzo necesitó un poco de todo eso para adquirir su lugar entre los cinco grandes históricos. Debió ganar los campeonatos amateurs de 1923, 1924 y 1927 para que el incipiente mundillo futbolero de entonces lo mirara con respeto, y cuando en 1931 se declaró el profesionalismo, sólo River lo superaba en cantidad de socios (14.900 a 14.300). Fue el tercer club que logró un título en el ciclo rentado, en 1933, detrás de Boca (1931) y River (1932). Y armó uno de los mejores equipos de todos los tiempos, aquel de Farro, Pontoni y Martino, campeón de 1946 con 90 goles a favor en 30 partidos, que después fue a pasear su fútbol brillante y orgulloso por España y Portugal, en un periplo en el que de diez partidos, ganó cinco y perdió apenas uno, con 46 goles a favor y 28 en contra.
Luego de los goles de Sanfilippo, las picardías de los Carasucias, la lujosa eficacia de Los Matadores, el bicampeonato de 1972 de la mano de Juan Carlos Lorenzo, el título Nacional de 1974 bajo la conducción de Osvaldo Zubeldía, y los 60 goles del Gringo Scotta en 1975, vino lo peor. San Lorenzo rodó tan bajo, en lo institucional y en lo futbolístico, que aquel club ejemplar que desde su Viejo Gasómetro de avenida La Plata 1702 irradiaba su fuerza y su luz a todo el deporte de la Argentina se transformó, en 1981, en el primero de los grandes en irse al descenso. En ese momento clave, cuando muchos creían que San Lorenzo de-saparecía, fue su gente la que lo rescató y lo llevó en andas hasta devolverlo al lugar del que nunca debió haberse ido. Esa campaña de San Lorenzo en la B en 1982, es, hasta hoy, uno de los máximos actos de fe futbolera y de amor incondicional por los colores que se recuerden. La prueba de que a un equipo también lo hacen grande sus hinchas. Los que lo quieren y lo sienten de verdad, no los otros.
Pero sería exiguo, a esta altura, quedarse sólo en la mera enumeración de sucesos futbolísticos. San Lorenzo es un club de fútbol. Pero también ha sido y es un club con fútbol y con mucho más que eso, que ha podido trascender los límites estrictos del barrio de Boedo que lo vio nacer y crecer. La privilegiada ubicación de su Viejo Gasómetro, en el virtual centro geográfico de Buenos Aires, lo transformó en el epicentro de todo tipo de actividades. El estadio de madera, inaugurado en 1916 y ampliado entre 1928 y 1929 por iniciativa de Pedro Bidegain, político y legislador radical de la zona, fue, de hecho, una ciudad deportiva incrustada dentro de la propia ciudad.
Debajo de sus tribunas y aun en los días de partido, era posible practicar desde básquet y natación hasta hockey sobre patines, bowling, bochas y tiro. Delfo Cabrera se preparó para ganar la maratón olímpica de Londres en 1948 dando vueltas y vueltas a la cancha, bajo la atenta mirada de Francisco Mura, otro prócer del atletismo nacional. Y si no era el fútbol, siempre, por una u otra razón, había multitudes rondando la manzana de avenida La Plata, Inclán, Mármol y Las Casas. La pelea que más público congregó en la historia del boxeo argentino (Pascual Pérez-Dai Dower por el título mundial de los moscas) se realizó en 1957 en la cancha de San Lorenzo. Y los bailes de Carnaval hicieron época. Típica y jazz, tango y folklore, rock y pop. Un fin de semana de 1971, Sandro metió 60.000 personas el sábado. Y Serrat, otro tanto el domingo.
El cierre del Viejo Gasómetro en 1979 es una herida que aún cala hondo en el sentimiento azulgrana, y el regreso a Boedo, una deuda que algunos suponen que algún día no muy lejano ha de poder saldarse. Mientras tanto, el Nuevo Gasómetro, inaugurado en 1993 en el Bajo Flores, después de casi 15 años de peregrinaje por casi todas las canchas porteñas, alberga la riqueza de una vida social y deportiva variada como pocas, la alegría de cinco nuevos títulos (los Clausura de 1995, 2001 y 2007, la Copa Mercosur y la Sudamericana) y la esperanza mayor: poder ganar en el año del centenario la Copa Libertadores.
Las nuevas generaciones de hinchas se atreven a negar la condición de grande de San Lorenzo. Desde su desconocimiento y un descarnado exitismo propio de la época, sostienen que jamás puede serlo un equipo que no ha ganado ni la Libertadores ni la Intercontinental, y que, en todo caso, es Vélez el que debe ocupar su lugar por sus títulos de los últimos 15 años. Como si la grandeza dependiese, únicamente, de la colección de trofeos que se acumulan en las vitrinas. Un club es grande cuando a los éxitos deportivos se les suma historia sostenida en el tiempo y convocatoria. Y todo eso le sobra a San Lorenzo. Si a los 100 años que hoy se festejan se les suman nombres con peso propio como los de Diego García, Lángara, Zubieta, Farro, Pontoni, Martino, Sanfilippo, Albretcht, Veira, Fischer, Scotta, Acosta y tantos otros, ya está, no hay nada más que discutir.

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