La versión oficial es que los 20 aficionados del Zamalek murieron a consecuencia de una estampida al intentar entrar en el estadio sin entradas. El presidente del club, el polémico Murtada Mansur, dijo que la culpa fue de los hinchas, aficionados ultras, y de los recurrentes Hermanos Musulmanes. Los propios ultras, por su parte, creen que se trató de una encerrona prevista por la policía para vengarse de ellos.
El pasado 8 de febrero, el Zamalek recibía al ENPPI en un partido de la liga egipcia de fútbol. Era un partido especial, el primero en el que los ultras del Zamalek acudían al estadio tras la política de puertas cerradas decretada en el fútbol egipcio desde que, en 2012, 74 aficionados del otro gran club de la capital, el Al Ahli, muriesen en otro polémico incidente en el estadio de Port Said. El partido se programó, además, en un estadio propiedad del ejército situado en un lugar remoto de El Cairo, lejos de los focos.
El grupo de ultras se congregó a las cuatro de la tarde a las puertas del estadio pese a que el partido estaba programado a las 19:30 horas. “Cerraron la entrada principal al estadio y nos hicieron ir hacia una puerta lateral”, recuerda Ahmed, nombre ficticio de uno de los ultras allí presentes que no quiere dar su nombre por temor a represalias. Muchos, dice, tenían entradas. “Una vez allí, pensábamos que nos dejarían pasar, pero había un cordón policial. Era un callejón con muros a los lados donde cabrían unas 2.000 personas, y nosotros éramos 5.000”, prosigue.
A la altura del cordón policial, la policía preparó una jaula de metal, rodeada de alambre de espino, por donde los aficionados debían pasar. “Nos hacían entrar de dos en dos. A ese ritmo, nunca podríamos haber entrado todos a tiempo para ver el partido”.
En un momento dado, la policía dijo que ya no entraba nadie más. “Les dijimos que no podíamos retroceder, les pedimos que nos abriesen camino porque había tanta gente que no podíamos dar media vuelta”, recuerda Ahmed.
En aquel momento, según cuenta el joven, un aficionado encendió una bengala de color, de espaldas a la policía, para indicar a la gente que retrocediese. Acto seguido, la policía empezó a lanzar gases lacrimógenos a la multitud, desatando la tragedia. “No nos podíamos mover, empezamos a escapar pasando unos por encima de otros. Entonces, la policía empezó a disparar gas también desde atrás, estábamos rodeados”.
Ahmed recuerda la escena de una mujer en silla de ruedas que cayó al suelo y cómo su amigo Mahmud Samir intentó ayudarla, pero también cayó. Ambos murieron. “Si te caías, estabas muerto”, dice Ahmed, que calcula en 20 minutos el tiempo en el que sucedió todo. Según su relato, los que consiguieron salir del callejón recibieron mas gases lacrimógenos y disparos de perdigones, además de detenciones. Él pudo escapar.
Torturados por presos comunes
Jaled, de 20 años, pudo saltar la valla, pero al otro lado le esperaba la policía. Corrió, pero le detuvieron. Según cuenta, le metieron en un camión policial y le pegaron, junto a otros colegas. “Éramos muchos detenidos, pero a algunos les soltaron por la noche. A mi me llevaron a comisaría”, relata. Jaled no supo inmediatamente que 20 personas habían muerto, solo que en la comisaría número 2 del distrito de Ciudad Naser había, junto a él, 14 aficionados mas del Zamalek detenidos.
El relato de la detención es de torturas. Jaled no para de señalarse las costillas y el pecho en su encuentro con El Confidencial. Pero los abusos no procedían de la policía. “Nos pusieron en una celda con criminales comunes a los que, cada tres o cuatro horas, nos cogían y nos pegaban, intentando que confesáramos que los Hermanos Musulmanes nos habían pagado. Nunca lo hicimos. Estuvimos así dos días”.
“Nos trataron como si fuéramos terroristas. Nos acusaron formalmente de criminales, de interrumpir el tráfico, usar fuegos artificiales, quemar un furgón policial, violencia... todo mentira”, dice Jaled entre indignado e incrédulo. Al tercer día, por la noche, les condujeron a la oficina del fiscal, pero también allí les torturaron, así que su declaración quedó invalidada. Aquella noche, cuenta Jaled, un oficial de la policía les dijo: “Os quedaréis con nosotros, esto destrozará vuestro futuro. Si no confesáis, aunque os acabemos soltando, os arrestaremos ante cualquier problema que causen los ultras en la calle.”
Tres días mas tarde Jaled pudo volver a casa, en Giza, tras volver a pasar por la fiscalía a declarar. Pese a las torturas y vejaciones, nunca confesó relación alguna con los Hermanos Musulmanes, que ante la opinión pública son siempre declarados culpables de todas las desgracias que ocurren en Egipto. “Lo primero que pensé al salir es que quiero escapar, a otro país o dentro de Egipto, pero no puedo porque irían a por mi familia”, relata.
A los ultras les une el odio al régimen
Los grupos ultras egipcios no se pueden comparar a sus homónimos europeos. No tienen una base ideológica de izquierdas o derechas detrás, pero sí un profundo odio al régimen. Los dos grupos de ultras mas importantes del país, los del propio Zamalek y los del Al Ahli, se han apoyado mútuamente ante las desgracias ajenas, ahora con el caso de los 20 muertos y en 2012 tras la matanza de Port Said. Ambos grupos tienen un solo enemigo que, a sus ojos, reprime a la sociedad: la policía.
Jaled se unió a los Caballeros Blancos, nombre de los ultras del Zamalek, a los 14 años. Suele ser así. Chavales de barrios deprimidos (aunque no solo) juntándose para encontrar, según dicen, un espacio de libertad y un sentimiento de pertenencia. Todo ello movido por la pasión al fútbol. Antes de la revolución egipcia de 2011 que acabó con Hosni Mubarak, las gradas de los estadios eran los únicos ámbitos donde la juventud se sentía libre como para cantar contra el régimen y la policía. “¿Que si voy a dejar los ultras? No, no es cuestión de ser de un grupo, es una mentalidad, es mi vida”, resume Jaled.
Durante la revolución y en los múltiples episodios de disturbios que la siguieron, los ultras estuvieron siempre en primera línea de batalla, ganándose así el respeto de muchos egipcios. Como grupo, eso sí, nunca se alinearon con ningún partido político ni tenían pretensiones, pese a que muchos les usaron como propaganda. Ellos solo hicieron lo que sabían hacer: enfrentarse con la policía. Por eso ahora creen que es una venganza. “En los últimos años nos hemos vuelto 100% revolucionarios. No había nada que hacer en los estadios, ya que estaban cerrados, así que todo consistía en salir a la calle. Hemos estado luchando contra la policía en todo momento y ahora son ellos los que quieren recuperar su dignidad”, razona Jaled.
El presidente egipcio, Abdelfatah al Sisi, acaba de reemplazar al ministro del Interior. En el país se empezaba a cuestionar al régimen por la sensación de impunidad que vuelve a sobrevolar los actos de las fuerzas de seguridad. Hace pocas fechas murieron tres personas torturadas en una comisaría de policía, hace mes y medio una chica murió por un disparo durante una manifestación pacífica, hace un mes un conductor de microbús murió también a tiros por saltarse un control de carretera...
En el caso de los ultras, el presidente dijo hace poco en un discurso que se haría justicia, pero de momento nada ha trascendido. La prensa, entonces, pasó por encima, culpando a los aficionados de su desgracia y centrándose en Vladimir Putin, quien aterrizó en El Cairo menos de 24 horas después de la tragedia. Por los 20 aficionados del Zamalek no hubo una semana de luto oficial como la que hubo cuando murió el rey saudí.
El partido, por cierto, terminó en empate a uno.
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