El aficionado al fútbol ha ido acomodando sus procesos digestivos a los horarios modernos. El partido era por tradición un tentempié de tarde, entre horas. Ahora aparece igual como aperitivo matutino que en la sobremesa o tras la cena. Los rivales del Real Madrid deben acostumbrarse a las 16.00 horas. Es cuando mejor le conviene a ese mercado asiático que idolatra a los merengues. Así que muchos aficionados célticos deambulan por el barrio cuando se les haría alrededor de la mesa. Entre el cromatismo céltico, verde, rojo o negro además de sus variados tonos celestes, también se cuela el blanco madridista. De los adeptos locales al Real Madrid y de los que proceden de los alrededores. A muchos se les escucha el acento sudamericano. Unos y otros conviven sin problemas.
Ese cosmopolitismo madridista fija la diferencia entre dos equipos que la clasificación iguala. Primero y segundo, ambos con 18 puntos y casi los mismos goles a favor. Las matemáticas constituyen en este caso la apariencia. Los dos clubes pertenecen a universos distintos. La crisis económica, con su maremoto de procesos concursales, se llevó por delante a la clase media del fútbol español. Este arranque vigués duplica su mérito.
A los jugadores célticos los reciben los suyos con un cariño próximo, casi familiar, como de primos y cuñados; los madridistas generan histeria a lo Beatles. Son semidioses. Hasta el sudor les debe oler distinto, como se decía de Beckham. Están confeccionados con esa sustancia irreal de quien suele habitar en los televisores de las casas. En directo causan extrañeza.
Balaídos exhibe su decoración más compleja para la ocasión. Mosaicos diferentes en cada grada, incluyendo una bandera gallega con el escudo del Celta sobre Marcador. La arquitectura del estadio, con sus curvas, sus techados y sus vomitorios, no ayuda a que esos "tifos" luzcan de forma perfecta. La pancarta mejor desplegada es la lona que cubre Preferencia. Y ya no se sabe qué oculta. A veces parece como si los espectadores contuviesen la respiración a la espera de que una mano gigantesca les descubra el reino mágico que están edificando bajo Tribuna. La lona es el único indicio de esa reforma tan cacareada en su belleza y sus plazos. De momento, otro proyecto imaginario que añadir a la extensa colección viguesa.
La afición celeste, en consecuencia, se sienta en las mismas gradas que sus padres y abuelos. Ya le vale el equipo para renovar la ilusión. "Vamos a por la Liga", cantan en Río Alto al ritmo de "Puede ser mi gran noche". Un cántico elaborado con humor y que el arranque del encuentro estropea. El Real Madrid se planta con autoridad. Domina y marca. Gol de Cristiano. Como tantas veces durante las últimas siete temporadas, aunque algo empieza a agrietarse en la fortaleza del luso.
Cristiano, por exigencia de las bajas, está actuando de nueve. Dentro del área mantiene el pulso. Fuera, sin embargo, ha perdido vigor. Ya es más difícil verle superar a su par en carrera. Incluso se trompica. La afición aprovecha esos instantes. Ese alarido gutural con el que Cristiano celebró su último Balón de Oro se ha convertido en grito de apoyo de los propios y burla de los contrarios. El "uh, uh, uh" acompañó cada fallo. También sonó el "Cristiano vende toallas" pero puntualmente, sin la insistencia de antaño.
Existen otros lemas que cambian de interpretación según quién los pronuncie. El "así, así, así gana el Madrid" creado por orgullo madridista se convirtió en El Molinón en 1979 en reproche hacia los árbitros. Y sigue desde entonces, como una tradición particular. Balaídos lo cantó a pleno pulmón cuando Cabral recibió la segunda tarjeta amarilla. Aunque sin grandes jugadas polémicas, los hinchas celestes entendieron enseguida que Clos Gómez no medía igual a ambos contendientes a la hora de emplear las cartulinas. Ese minuto de guirigay, en el que Clos amonestó a cuatro jugadores locales, encendió los ánimos y el sarcasmo. "Otra, otra, otra", cantaron las gradas.
El Celta se hizo fuerte en la adversidad. También el celtismo. Ni rastro de la impaciencia de otras tardes. Balaídos levantó a los suyos con amor. Al Tucu lo trató con paciencia, respetándole los fallos y agradeciéndole los aciertos. El chileno se retiró ovacionado. Es un debate, quizás el principal, que se agota. Queda el de las sustituciones. Berizzo empleó las tres, pero dos de ellas con su sempiterna tardanza. Guidetti y Planas ya estaban mareados de tanto calentar junto al banquillo. Al menos tuvieron el consuelo de entrar en la cancha. Bongonda se retiró cariacontecido.
Los nuevos ayudaron a insuflar energías al Celta en la recta final. Se sucedieron las oportunidades en el área de Keylor Navas, a quien Marcelo salvó en la única ocasión en la que el costarricense fue superado. Un minuto de retraso en un fax inglés a finales de agosto provoca en octubre la derrota del Celta. Todo está conectado, al fin y al cabo.
Llegó el gol de Nolito. Rugieron entonces miles de gargantas, creyendo que el milagro era posible. A Benítez se le fue mustiando la cara en el banquillo. El técnico se sabía ante una semana crucial. Con sus aires de oficinista, el madrileño carece del glamour que el Real Madrid le reclama a sus técnicos. En la eterna polémica en la que vive el entorno merengue, defender bien llega a convertirse en una queja. A Benítez, en realidad, le han convenido algunas de las lesiones que sufre su plantilla. Ha podido construir un sistema que se ajusta mejor a su gusto sin agraviar a ninguna estrella ni indisponerse con el presidente. Florentino Pérez presenció con cara de póquer las últimas acometidas del Celta. Al llegar a los aledaños del estadio había repartido sonrisas y posados. Con el alcalde de Vigo, Abel Caballero, y la ministra de Fomento, Ana Pastor, departió alegremente. Florentino convierte cada palco en su despacho.
"Otra, otra, otra", pensaban ahora los aficionados célticos, soñando con que al siguiente ataque llegaría la igualada. El Celta apuró hasta el último sorbo. El gol de Marcelo estropeó el final del partido. Los celestes merecían al menos morirse en el área de Navas.
Los seguidores célticos aceptaron la conclusión con más orgullo que resignación. Le reclamaron a los suyos un saludo desde el centro del campo. No se oyó una queja en la riada humana que se lanzó después hacia las salidas. Mucha frente alta, mucha expresión orgullosa.
La jornada acaba con la salida del estadio. Nueva pasarela merengue. Más griterío cuando Cristiano recorre el breve espacio entre la puerta y el autobús. Son muchos los niños que quisieran ser CR7. En Galicia, sin embargo, otros sueñan con ser Nolito. Esa es quizás el mejor legado de la obra de Berizzo.
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